El suceso del año

Yo fui testigo, el suceso ocurrió en Nochevieja. Poco después de las 12, pude ver a unos tipos agazapados en lo oscuro, acechando a alguien con malas intenciones, y para mi sorpresa descubrí que esperaban al recién dimitido año 2012, que con gabardina y sombrero de ala ancha trataba de pasar desapercibido, hasta que los conjurados al ver que pretendía escabullirse comenzaron a gritarle y a insultarle.

    10 ene 2013 / 19:27 H.

    '¿Qué os he hecho yo?” Se defendía agobiado. “Me he esforzado por hacer bien mi trabajo y os he ofrecido todo lo que tenía. Os he regalado mis 365 días, con sus noches, empaquetados en sus doce meses respectivos, miradme bien, no me he quedado ni una hora ni un minuto para mi uso personal, me marcho desnudo como llegué” (en ese momento el año se abrió la gabardina, y la exhibición no dejaba lugar a dudas, no había evidencia alguna de malversación de caudales cronológicos). Pero el arrebato nudista no calmó a la multitud, más bien al contrario, algún pudoroso enardecido gritó con rabia: “tápate degenerao”, y volvieron los reproches: “Annus horribilis”. “Al principio estábamos seducidos por tu redonda simetría casi capicúa, 2012, pero pronto descubrimos que eras el peor año, la vergüenza del siglo, los historiadores te señalarán como un año nefasto que nos has traído a todos retroceso, ruina, fracaso”. “Sois injustos” —se defendía el acusado— “Es como si culparais a un plato de contener un repugnante guiso o a un periódico de cobijar malas noticias”. “Basta de palabrería” gritaban los más exaltados: “A por él”, y empezó la lluvia de piedras y palos, hasta que un resplandor nos cegó a todos y descubrimos, apolíneo y radiante al nuevo año que, con la fresca desenvoltura que confiere la juventud nos miraba con una sonrisa en los labios, ofreciéndonos sus prometedoras promociones: “Curso para perder kilos prescindiendo de la pasta, patrocinado por el Ministerio de Economía” y “Colección de fascículos de esperanzas (incluyendo la primera entrega una utopía de plástico hinchable)”. La confusión permitió al maltrecho 2012 escabullirse por entre las sombras de la noche, y allí estábamos todos, seducidos por el radiante recién incorporado. “¿Por qué sonríes?”, le preguntó alguien. “Acabo de encontrar trabajo”, contestó el feliz año, “es un contrato de doce meses, pero tal y como está la cosa”. “Enhorabuena”, gritamos todos. “Viva 2013”. Y el año satisfecho, se vistió con las ropas que su pobre predecesor se había dejado con las prisas, y al notar húmedo el sombrero comprobó que estaba manchado de sangre del apaleado año anterior, por lo que un aciago presagio recorrió su mente mientras se marchaba a su trabajo un tanto pesaroso.

    Tomás Afán es dramaturgo