El sol de los membrillos

Se acabó la mosca cojonera, la chicharra dando su concierto monocorde y aburrido. Se acabó la medusa y el picotazo en el culo. Las vacaciones están terminando, aunque yo no tengo ningún estrés por haberme venido a casa, contemplar y besar a mi Catedral, ver cercana la torre del homenaje de nuestro castillito áureo, o a esa luna guapa que está bañando de blancura el verde olivar dormido a los sones de los nochiegos grillos. El veranillo de San Miguel, o acaso, el sol menos violento de los membrillos, está llamando en la puerta como preludio vivaldiano e inexorable de la llegada del otoño. Jaén, prontamente, la veremos, cambiará de ropaje. Las hojas con nervios caducos vestirán a otras de marrones, amarillos vahídos y lombardos. El sol de los membrillos, acompañado por una cohorte de moscas y tábanos está al caer, como está al caer, si es que cae, el cambio bienhechor de este mundo rico y miserable, protagonista adefésico de una escena teatral basada en lo absurdo e incoherencia, propio de una obra valleinclanesca.

    24 sep 2014 / 11:02 H.