El Silencio “lanza un grito” por los nuevos mártires de Oriente Medio

El Silencio clamó, a su manera —penitencia, rigor, sobriedad— por los cristianos amenazados y por los que ya han sido víctimas del terrorismo yihadista en Oriente Medio.

01 abr 2015 / 14:19 H.

La hermandad les dedicó un rezo en el interior del templo, antes de hacerse a las calles de Jaén, y la propia procesión, que, un año más, impregnó de humildad la Pasión jiennense. Poco después, la llama del Santísimo prendió la mecha con la que se encendió el primer farolillo de los hermanos de luz. Uno a uno heredaron el fuego ungido. Así se hace desde 1956.
La paradoja de la procesión fue el elevado número de jóvenes hermanos de luz —más de un centenar— para un cortejo que, precisamente, no ofrece vistosidad ni opción de lucirse. Por el contrario, posibilita la reflexión como pocos. Algo bueno pasa cuando quienes están en edad de “botellón” eligen el más sencillo, el más “castellano” de los cortejos para manifestar públicamente su fe.
Tras el voto de silencio, cuya proclamación corrió a cargo del cofrade más antiguo, Jesús Ibáñez, las puertas de Cristo Rey se abrieron y fuera, donde había ruido, murmullos, todo calló. La mudez de los nazarenos contagió al barrio, que cambió incluso el “modo” de los teléfonos móviles para no lastimar a la ausencia de voces, de gritos, de saetas o música. Solo las órdenes del capataz, medidas, justas, apropiadas, tuvieron licencia para ser oídas. Y el golpe mínimo de las campanillas muñidoras. Y el racheo.
Desde los pies de la iglesia, el trono neorrococó del Santísimo Cristo de la Humildad rompió la sobriedad hasta rozar, de un golpe seco, los cimientos del aire. Con paso lento, solemne, encaró la puerta auxiliar de la parroquia para anunciar su proximidad. Detrás, una multitud de portadores confirmaba lo paradójico de este cortejo. Una procesión en la que los hombres que sufren bajo los palos no tienen la “recompensa” de los aplausos, el compás de las marchas ni el jaleo de los capataces cuenta, sin embargo, con incondicionales que ni se plantean cambiar la monotonía propia de una comitiva como esta por el “color” de tantas otras. Ni siquiera el himno nacional los arropa cuando el Señor del Silencio unge aceras y asfaltos.
Como salió se fue. Discreta, prudente, con los suyos contentos bajo sus toscas túnicas, sobre sus pobres esparteñas. A su paso por la ciudad se apagaron las luces como muestra de respeto, en reconocimiento a tanta oscuridad necesaria. La procesión de Cristo Rey es siempre la misma por mucho que se engrandezca. Y vaya si se engrandece. No pierde la memoria conventual de su Señor, al que procura el mismo recogimiento que, mucho tiempo atrás, gozaba en San Clemente. Así siga.