El reloj de Canal Sur
Las manecillas del reloj habían superado las dos de la madrugada, acababa de concluir uno de los retos previstos para la jornada, finalizar la lectura de un libro de Coetzze iniciado por la mañana, el televisor seguía encendido, con el volumen prácticamente a cero, y era hora de mirar los correos recibidos porque cuando sopla el viento de Poniente carezco de cobertura telefónica durante el día.
Duermo poco y ayer tenía menos sueño por una equivocación de la tarde: había echado la siesta suprimida otras fechas por el ciclismo. Pensé que no ocurriría nada en la Vuelta a España, olvidando que quienes como Cándido Méndez y Alberto Contador procedemos de Barcarrota superamos penas y seguimos siempre en la brega. De noche, cuando solo se escucha el runrún de las máquinas del aire acondicionado, aprovecho la serenidad que falta con el sol apretando en la calle y los ruidos de los recortes sociales acosando la inspiración. Da Vinci dormía tres horas y cuatro duerme el “exiliado” Garzón, dos modelos de cómo aprovechar el insomnio. Da Vinci con su inagotable imaginación y Garzón con esa constancia en el trabajo de la gente de Torres, tan constatable en Marcos Gutiérrez Melgarejo. En otras circunstancias, haberme privado de la etapa ciclista en la que Contador se confirmaba genio y figura me habría dolido como una muela picada, pero las de ayer traían la memoria herida por una de esas noticias que amputan esperanzas, cortan bastantes ilusiones cultas e identitarias y alimentan la indignación colectiva: Canal 2 Andalucía, que para despilfarrar dinero eliminó el sustantivo ligado al 28-F, sufre un infarto provocado que contagiará rápido a Canal Sur Televisión. La sentencia tradicional falla que la cultura siempre paga incompetencias probadas y su fenecer distrae del fondo de las cuestiones. La impresión podrá verificarse. El ruido del motor avisa de la avería que puede ser definitiva, pero la diagnosis del mecánico decide que la necesidad es dar una manita de pintura a la chapa del coche. No puedo borrar la herida de la memoria, intento despistarla con el mando del televisor, zapeo sin detenerme en ninguna emisora hasta el momento extraordinario en el que José Manuel Caballero Bonald ocupa la pantalla. Subo el volumen y sigo con atención el excelente programa, uno de los mejores de las televisiones españolas: no tiene contaminaciones coloradas ni amarillas ni quizá la visión de quienes infartan la RTVA porque, debido a esas ausencias, carece de las audiencias merecidas. Probablemente, no ven El Público Lee ni ven otras posibilidades de gestión ni tantos sitios donde meter la maldita tijera. La prueba es la equivocación en las cuentas que presentan, para comprobarlo solo habrá que seguir el ritmo implacable de las manecillas del reloj.
J. J. Fernández Trevijano es periodista