El rastro desconocido de los primeros pobladores
Inmaculada Espinilla Jaén es testigo de la historia. Iberos, musulmanes y cristianos, entre otras culturas, compartieron territorio en distintas etapas. Los primeros pobladores sembraron la semilla de lo que hoy es la civilización, un mundo marcado por las nuevas tecnologías y las relaciones. Ellos, en el año 25.000 antes de Cristo, ya tenían sus propias estructuras organizativas y de convivencia.
18 sep 2010 / 22:00 H.
De todo ello dejaron su testimonio en 349 abrigos y covachas. Sus pinturas rupestres arrojan datos sobre sus creencias, ritos y formas de vida, aunque aún queda mucho por conocer y algunas teorías se contradicen.
De lo que no hay duda es de que eran nómadas. Aprovecharon el entorno en el que les había tocado vivir. Por este motivo, se desplazaban de un lugar a otro en busca de caza, frutos y verduras. Sabían cazar y se sabe que tenían sus rituales.
Todo quedó plasmado en rocas y cuevas de la provincia. Algunas ya están catalogadas, pero los mayores expertos en la materia consideran que, quizás, el futuro depare a los jiennenses algunas sorpresas agradables. ¿Por qué no se tiene la certeza?
La respuesta es sencilla. Las pinturas rupestres son difíciles de localizar. Están “escondidas” en cuevas y abrigos de las sierras de la provincia. Para encontrarlas, es condición obligatoria recorrer kilómetros por senderos e, incluso, casi escalar en algunos tramos. Ante este panorama, la fortuna de realizar un hallazgo tiene mucho que ver con la intuición y la experiencia de los investigadores.
Aun así, existen algunas características comunes que ayudan al investigador. Suelen encontrarse cerca de los cursos de agua, explica Manuel Gabriel López Payer, doctor en Prehistoria y coordinador de la Sección de Arte Rupestre Prehistórico del Instituto de Estudios Giennenses.
“En el Neolítico el clima era algo más húmedo y el agua un elemento importante. Es el lugar donde los animales bajan a beber y también el sitio más idóneo para construir un santuario y poblado”, comenta. De la misma manera, la orientación solía coincidir con el recorrido del sol. El objetivo no es otro que conseguir la mayor luz posible en su asentamiento. Por este motivo, la gran mayoría de las cuevas estaban orientadas al Sur, aunque también se pueden encontrar algunas hacia el Este y es más raro hacia el Norte.
También coincide la altitud. Por lo general se sitúan a unos quinientos o seiscientos metros de altura.
“Sin presumir, Jaén es de las provincias con las manifestaciones más ricas y profusas de arte rupestre. Los primeros pobladores recrearon su vida espiritual. Las cuevas y abrigos son el testigo de los rituales que hicieron, bien para mantenerse como grupo a para propiciar la abundancia”, señala el doctor en Prehistoria y compañero en las investigaciones de Manuel López Payer, Miguel Soria.
Sus palabras se sustentan en datos. En las montañas de la provincia hay localizados 349 abrigos, covachas o cuevas con pinturas rupestres. Es más, el conjunto se organiza en 152 yacimientos.
Todos ellos son Bien de Interés Cultural y, por ello, las administraciones públicas están obligadas a su protección y conservación. En este aspecto, Miguel Soria apunta que, por lo general están bien conservados, y que el deterioro suele ser obra de fenómenos naturales. Si se observa la gráfica de la página siguiente, se puede comprobar que están diseminadas por casi todos los puntos de la provincia.
Pero aún hay más. La Unesco incluyó, en 1998, 727 pinturas rupestres en la lista de Patrimonio de la Humanidad. De ellos, cuarenta y dos están en Jaén. Estos espacios se corresponden con el arte rupestre levantino.
Y es que son tres los estilos catalogados. Por orden cronológico se denominan paleolítico, levantino (todas las que son Patrimonio de la Humanidad) y esquemático. Su valor es incalculable pues gracias a los trazos y dibujos, explica Miguel Soria, se han obtenido datos difíciles de lograr en las excavaciones arqueológicas, pues estas aportan información sobre enterramientos y otros asuntos de este tipo, pero, sin embargo, no son testimonio de cómo vivían.
El primero, el Paleolítico, se sitúa entre el año 25.000 antes de Cristo y el año 9.000 de la misma era. Según López Payer, se caracteriza por la representación de animales grandes. “Es una fauna ya inexistente, propia de épocas frías”, detalla.
Se utilizaba la policromía y la figura humana es casi inexistente o muy simple. Manuel Gabriel López Payer arguye que la representación de animales puede tener un profundo simbolismo.
El ejemplo más representativo de este estilo es la “Cueva del Morrón”, en el municipio de Torres.
Respecto al arte rupestre levantino, los testimonios más antiguos son del año 10.000 antes de Cristo. En Jaén hay que esperar al sexto milenio. La provincia alberga la peculiaridad de que en sus abrigos y cuevas se puede apreciar el declive de este estilo. Aparecen grandes figuras de ciervos y cabras y la policromía se sustituye por la tinta plana o el rayado.
López Payer detalla que se observan figuras humanas. “Se ven las piernas en forma de ‘v’, arcos en las manos, penachos en las cabezas y está representada la mujer con falda”, dice. El “Canjorro de Peñarrubia” también es muy representativo, ya que da una idea de cómo era el estilo intermedio.
Por último, el estilo esquemático se encuadra cronológicamente desde el cuarto milenio hasta el año 2000 antes de Cristo. Se caracteriza por los trazos simples. López Payer lo define como un arte intelectual y muy variado por la cantidad de figuras que presenta.
El color utilizado es, principalmente, el rojo. Normalmente es óxido de hierro, una materia difícil de encontrar en los arroyos.
Los estudios revelan que en esta época se pintaba con el dedo índice. Incluso, en la Cueva de Clarillo, en Quesada, se puede admirar la única imagen en España realizada con las técnicas de impresión.
El arte rupestre levantino siempre representa historias con un fuerte simbolismo y es del que más testimonios hay en Jaén.
Por ejemplo, la Cueva de los Órganos, en Despeñaperros, muestra una escena en la que varias figuras bailan. También queda reflejada la escena de dos ciervos durante la berrea, una imagen que puede simbolizar la fertilidad femenina.
El origen de las primeras investigaciones sobre el arte rupestre en Jaén tiene siglos de antigüedad. Así se pone de manifiesto en el libro “El arte rupestre en las Sierras Giennenses. Patrimonio de la Humanidad. Sierra Morena Oriental”, editado por el Instituto de Estudios Giennenses y cuyos autores son Manuel Gabriel López Payer, Miguel Soria y Domingo Zorrilla. Las primeras noticias sobre el arte rupestre en Sierra Morena datan de 1783. Pertenecen a un informe del párroco Fernando José López de Cárdenas. Otros que también lo estudiaron fueron Luis María Ramírez y Casas-Deza (en 1844 y 1846). A este le siguieron el abate Henri Breuil y Juan Cabré, a principios del siglo XX. Los actuales son muchos y los que más lejos han llevado su labor fueron los autores de la obra. Pero aún queda mucho trabajo por hacer y muchos secretos por descubrir. Los primeros pobladores contaron su historia en la pared, pero, todavía, quedan muchos enigmas por responder.