El rap del picaruelo

Cuajo, renacuajo, cuajarín, de la vida el aprendiz. Tu historia es parodia, comienzo de Reserva que hoy suena, resuena, buena, que truena. Truena, con la base del humor, la amargura, la frescura y la superación del pillo, pilluelo, picaruelo, soñador de extraña figura, zapato ortopédico. Prestigitador de medio pelo al que un día se le antojó ser bombero y terminó hecho “hip-hopero”.

Cuajo, renacuajo, cuajarín, de la vida el aprendiz. Tu historia es parodia, comienzo de Reserva que hoy suena, resuena, buena, que truena. Truena, con la base del humor, la amargura, la frescura y la superación del pillo, pilluelo, picaruelo, soñador de extraña figura, zapato ortopédico. Prestigitador de medio pelo al que un día se le antojó ser bombero y terminó hecho “hip-hopero”.
Juan Manuel Montilla, “Langui”, conocido, reconocido, archiconocido barriobajero. Rey tahur entre fulleros. Referente en el universo de raperos que riman, critican, pican, denuncian, acorralan gobiernos sólo con la metralla de palabras cantadas en castellano.
Juan Manuel Montilla, “Langui”, soñador empedernido, protagonista absoluto del “El truco del manco”, del manco del truco. Actor improvisado de Zannou, Santiago. Con tu brazo abotargado, retrasado, paralizado, y la “flacidez de tu cuerpel” eres genio sin parangón, héroe, antihéroe en 87 minutos de metraje quemado, de película sobreexpuesta, de contrastes marcados. Un drama de alto voltaje sobre drogas, congoja, ilusión, decepción. Un círculo vicioso, sedicioso, penoso, dentro del juego perro de esta perra vida en la que trabajar es el único pan nuestro de cada día.
Cuajo, renacuajo, cuajarín, en la ciudad del Santo Reino, el sábado, cantarín. La capital de lagartos, lagárticos, lagartijos ya espera, con impaciencia, incontinencia extrema tu actuación sobre el escenario del Festival Lagarto, como líder sin igual de una Excepción excepcional. Rapeando versos descarados de rimas asonantes, consonantes, disonantes, hechas de tacos, palabros, matices cotidianos, gamberreo de calidad como nunca se ha escuchado. Por Nuria López Priego