El problema de la vida

Cómo decía una canción: “Ayer me quería morir del todo, pero hoy me moriré si me río más”.

    29 abr 2015 / 10:37 H.

    Qué duros los momentos de la vida en los que nos suceden cosas malas, sea lo que sea. Que duro cuando nos dejó nuestra primera pareja, o cuando se murió nuestro perro, o cuando tuvimos un malentendido con alguna persona que, por simple orgullo, dejamos ahí, con la consecuencia de no volver a recuperar el contacto, la mayoría de las veces, con esa persona. Y qué vulnerables somos a los sentimientos, sobre todo, cuando somos pequeños. Cómo se nota también la diferencia en nuestra cabeza conforme vamos creciendo. El ser humano está destinado a convertirse, con los años, en puro hielo. Un hielo que no se derrite, para nada, sino que, cada vez, se hace más duro y más frío. Por eso hago referencia a ese pequeño verso, porque las personas aprendemos solas a superar los problemas. Y si no lo hacemos, estamos perdidos. Necesitamos ir al psicólogo, por ejemplo, a que nos vuelvan más locos aún, cuando la verdadera respuesta se encuentra, simple y llanamente, dentro de nosotros. La vida, en sí, es el problema más grande. Un problema en cuyo interior hay muchos más. Si no aprendemos a resolver esos problemas de nuestra propia vida, no aprenderemos a resolver la vida. Y eso sí que es un problema.