29 jun 2014 / 22:00 H.
Érase una vez un país que vivía aislado y sometido a una dictadura, sus habitantes vivían hambrientos de pan, cultura y libertad. El malvado dictador sabía que alguna vez tendría que dejar su mandato y fijó sus intereses en un joven príncipe que vivía fuera del país, se lo trajo a su lado para formarlo en los principios del movimiento nacional franquista. El dictador murió tranquilo y convencido de que con su sucesor elegido e impuesto por él lo dejaba todo “atado y bien atado”. En solo unos días el príncipe era coronado, jurando a las Leyes Fundamentales del Movimiento, en una ceremonia tan triste y oscura como el periodo que estábamos viviendo. El recién coronado rey Juan Carlos I, se sentía muy solo y abatido, motivos no le faltaban; la derecha, la izquierda, el ejército, desconfiaban de él, evidentemente por distintos motivos. Pudo ejercer el poder absoluto, continuando la labor del dictador, pero el principito valiente se olvidó de lo prometido y jurado, se rodeó de gente comprometida e inteligente y comenzaron a trabajar en los cimientos de una nueva España. La democracia empezaba a caminar.