El polvo del camino queda atrás
El polvo del camino y el olor a resina de los pinos quedaron atrás, en un rincón de la memoria personal y colectiva de los más de 450 rocieros jiennenses que, un año más, acudieron al encuentro de la Blanca Paloma, en la “marisma huelvana”. Ha sido más de una semana de peregrinación y el cansancio del propio trayecto de la vuelta hizo mella en los rostros de los rocieros a su llegada, que como cada año, se concentraron al final del Gran Eje, para dirigirse desde allí hasta la iglesia de San Juan de la Cruz, donde los aguardaba el párroco Francisco de la Torre.

El hermano mayor de la Hermandad del Rocío de Jaén, José Luis López Fuentes, estaba feliz por la experiencia vivida: “Ha sido inolvidable y muy positiva. Este ha sido uno de los años más felices de mi vida y tanto yo, como todos los rocieros, estamos muy satisfechos”. Además de las experiencias personales hay un aspecto a destacar, según el hermano mayor: “Que todo el trayecto y la estancia en la aldea se desarrollaron sin incidentes ni percances y la conclusión que he sacado es que todos estamos muy satisfechos de cómo se ha desarrollado”. Además, los ha acompañado el buen tiempo, con un sol de justicia durante el día y un cielo estrellado en las noches.
La Hermandad del Rocío de Jaén se puso en marcha el sábado 16 de mayo. A las cinco de tarde se celebró una misa de romeros en la parroquia de San Juan de la Cruz, de la calle La Luna, y pernoctaron en el Polígono Nuevo Jaén, al norte de la ciudad, donde se acampó. El domingo fue, propiamente el primer día de camino. A los rocieros de la capital se les unieron los de Baeza y La Carolina. La hermandad de Linares hizo el camino con la de Utera. Las de Castillo de Locubín y Alcalá la Real son, como la de Jaén, filiales de la Matriz y, por tanto, gozan de su propia autonomía.
Los rocieros de la capital dejaron la carretera de asfalto y se adentraron en pinares por los que comenzaron a levantar el polvo de los innumerables senderos hasta llegar a Puebla del Río. El lunes, la meta era Cañada Honda y pernoctaron en Dehesa de Abajo, un paraje y paisaje de ensueño con mucha vegetación que a los rocieros les encanta.
El martes, ya se metieron en cintura. A la una de la tarde, la expedición rociera llegó al río Quema, donde se bautizaron los neófitos y, por la tarde, la hermandad jiennense llegó a Villamanrique de la Condesa, donde el continuo paso de hermandades de distintas procedencias era una auténtica fiesta en sí mismo. Allí se pernoctó. El miércoles fue el día de la Raya Real, un inmenso cortafuegos que atraviesa el Parque Natural de Doñana. En Palacio pasaron la última noche del camino, con algo de melancolía porque se acababa. Por ello todo se hizo con el mayor sentimiento. El punto álgido fue la misa oficiada por Juan Mena, párroco de la Puerta de Segura. El jueves cruzaron el puente del Ajolí y, desde allí, vislumbraron la aldea. También en ese punto comienza la romería propiamente dicha. El puente del Ajolí está tendido sobre el arroyo de Santa María y hace frontera natural con la aldea de El Rocío. Una vez cruzado, se divisa la ermita. Antes era un puente de madera sobre vigas de hierro, que crujía al paso de las carretas, pero una riada se lo llevó y se construyó uno nuevo de acero recubierto de madera.