El poder transcendente del sufrimiento
Concepción Agustino Rueda desde Jaén. El dolor pertenece a la realidad del mundo creado, y es, en sí mismo, algo misterioso. Es innato en el hombre el deseo de felicidad y transcendencia. En nuestra sociedad, se rehuye. consciente o inconscientemente, el sufrimiento, cualesquiera que sean sus causas. A este respecto, escribe Adam J. Jackson:
'Lo que determina nuestros sentimientos sobre los sucesos que ocurren en nuestras vidas, no son los propios sucesos, sino el significado que nosotros les demos”. “Una forma de afrontar la tragedia, que a veces llega a nuestra vida, es hallar algo positivo, algo que tenga cierto significado en el dolor que nos aflige. En muchos casos, el único modo de poder vencer al dolor es “crear” algo positivo, algo que pueda beneficiar nuestras vidas y las de los demás”. A Dios no le resulta indiferente nuestro sufrimiento. En la Biblia se afirma claramente que Él sufre cuando el hombre sufre. Dios sufre por amor. Él ha querido luchar contra el mal a través de nosotros. No puede suprimirlo de repente, sin anularnos. Jesús se solidarizó con todos y por todos, hasta cargar con nuestras culpas y morir en la cruz para nuestra salvación. Con su Resurrección nos abrió el camino hacia la Vida, significando que la vía que nos conduce a ella, pasa por el sufrimiento y la cruz. Él nos dice a este respecto: “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Sabemos que Cristo no nos abandona, que está siempre a nuestro lado, especialmente, en los momentos difíciles: “Me invocará el justo y yo le responderé; estaré con él en la tribulación, le libertaré y le glorificaré” (Salmos, 91). Considero que ante las situaciones dolorosas, hemos de mantener la actitud positiva de Jackson, asumiendo el misterio del dolor, confiando en Dios y sometiéndonos a su infinita sabiduría. Que hemos de invocarle con fe viva, ofreciendo el sufrimiento para la remisión de nuestras culpas y el bien espiritual del mundo, y que hemos de acudir a la Eucaristía, por la que entramos en total intimidad con Él. Recordemos, para hacerlas nuestras, las palabras de San Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a seguir? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.