El poblado rumano de Los Olivares


Ya sucedió hace unos meses, cuando un incendio “reveló” la presencia de un asentamiento de ciudadanos rumanos en un descampado de la carretera de Madrid, cerca de la fábrica de Cuétara, y este fin de semana otro fuego hizo visible un poblado improvisado situado esta vez en un olivar del polígono de los Olivares, junto a las cocheras del malparado tranvía.

03 ago 2014 / 22:00 H.

Las llamas comenzaron el sábado por la tarde, entre las toneladas de basura y restos de poda acumuladas en el solar. Calcinaron hasta diez olivos aunque, por fortuna, no afectaron a ninguna de las cabañas ni causaron herido alguno. La humareda negra, visible desde kilómetros de distancia, atrajo a muchos curiosos hasta la zona que, “armados” de móviles de última generación y de cámaras fotográficas, inmortalizaron el suceso y subieron imágenes a las redes sociales. Muchos descubrieron, entonces, la presencia del poblado y sus habitantes que, delante de las cabañas, miraban a los Bomberos trabajar.
Ayer todavía humeaba uno de los tocones de olivo arrasados por el fuego. Una anciana con un paño negro en el cabello parecía buscar algo a la entrada al descampado. “Llevo un mes aquí”, contó la mujer. “Otros llevan más tiempo”, decía entre sonrisas, gestos y un castellano a trompicones. Un camino de tierra, que parece usado regularmente por coches, y varios senderos entre los rastrojos, conducen al asentamiento, formado por una quincena de cabañas construidas con restos de muebles, plásticos, neumáticos para asegurar el techo, y decenas de elementos más. “Yo vivo aquí desde hace tres meses. Antes estaba en el descampado frente a la gasolinera, en la carretera de Madrid”, explicaba un varón de mediana edad, sentado a la entrada de una de las chabolas y rodeado por varios jóvenes y niños. “Somos muchos en la familia”, aseguraba una joven que afirmó tener veinte años, con un rollizo bebé de unos cinco meses en brazos. Contó que se vieron obligados a dejar Rumanía por la falta de trabajo. Aquí, sin embargo, no han encontrado mejor suerte y se dedican a la venta de chatarra. Otros mendigan. Los niños parecen mayoría en el poblado. Se asoman desde los umbrales de puertas, esquinas de chabolas, y los más revoltosos corretean entre las piernas de sus jóvenes madres que van de acá para allá, con paso cansino, sin un propósito cierto.