El pensamiento exiliado
Manuel Navarro Jaramillo/Desde Jaén. La soledad en el exilio fue lo que conoció, vivió o desvió Miguel de Unamuno cuando, el 20 de febrero de 1924, fue desterrado y confinado en Puerto Cabras (Fuerteventura), suspendido de sueldo y empleo.
Su exilio duró hasta el 9 de febrero de 1930; arrastrando su alejamiento, también, por las calles de París y más tarde en Hendaya. Un hombre crítico que no se vendía al mejor postor. Arremetió contra la oligarquía abúlica de Alfonso XIII, contra la tiranía de Miguel Primo de Rivera y más tarde, por desencanto, contra la República. No le dio tiempo a oponerse al general Franco porque el autor de “Niebla”, filósofo, escritor y poeta, murió en 1936. Mi profesor de literatura, Alfonso Sancho Sáez, impartiendo sus clases magistrales en el instituto “Virgen del Carmen”, en mis años mozos, decía a sus discípulos: Unamuno era “anti lo que haya”, supongo que lo diría porque fue un librepensador impenitente despejado de prejuicios políticos y exigente en la realidad social. Sus ataques acerados y afilados hacia la desidia de políticos mediocres y corruptos, de aquellos tiempos, le sirvieron para padecer un exilio injusto lejos de su esposa Concepción y de sus hijos, que padecieron penurias económicas inmerecidamente. ¿Qué diría, hoy, Unamuno sobre la realidad socioeconómica y política de nuestro país? ¿Sería desterrado? Probablemente. Gobierne quien gobierne.