El patio de mi casa es particular

Recordar los viejos e infantiles juegos de la infancia me hace ser más joven, si joven se entiende como tener tantos años como un saco lleno de almanaques zaragozanos. Hoy, los niños no tienen tiempo de jugar al corro de la patata, de cantar esa de “en medio no tiene culo, el año que viene le haremos uno”. La “tableta”, “guasá”, “facebot”, “yutube”, “geogle”, “página wed”, el móvil con los números gastados de tanto usarlos, más otras “chuminás” de la tía Carlot, absorben un tiempo precioso que debiera estar dedicado exclusivamente a la fantasía encantadora, a contar estrellas en la noche de plateado plenilunio. Todavía estamos a tiempo de conseguir una niñez inmaculada llena de magia inocente, tan precisa ahora en estos tiempos absortos y absorbentes basados en el “yo soy más que tú”, “quien venga detrás que arree”, o “yo soy más importante porque mi papá tiene un apartamento en Benidorm más un Mercedes guay”. La infancia, a este paso incontrolado, será una entelequia, un espacio de tiempo perdido en el camino de lo absurdo. Quiero ser niño, no robot; fantasía, no hamburguesero; inocencia, no pícaro hombre inmaduro.

    15 jul 2014 / 22:00 H.