19 jun 2014 / 22:00 H.
Esto era una vez, un niño al que tanto y tanto querían sus padres, aunque siempre era su madre la que lo mimaba de una manera especial. ¡Qué iba a hacer si no, siempre sería su “chico”! Su razón tenía: tuvo problemas de salud que, desde bien pequeño, le obligaron a aceptar el dolor y las múltiples entradas al quirófano para que su cuerpo se desarrollase normalmente. Era un niño muy magnánimo y despistado que se sentaba de cualquier manera, tanto en casa como en clase; parecía tener los huesos de goma pues cogía unas posturas indescriptibles que no le beneficiaban en nada a su espalda. Y así fue pasando el tiempo, hasta que este niño comprendió la realidad de la vida: Se dio cuenta de que por mucho que su madre lo mimara y estuviese pendiente de él, era él mismo quien tenía que coger su paulatina autonomía personal y debería estudiar más y atender bien en clase. Le gustaba mucho escribir: Hacía unas historias, largas y truculentas, que a los compañeros de clase, cuando las leía, mucho le interesaban. Por eso su aspiración de mayor era ser periodista y escribir sustanciosas historias que atrapasen al lector más despegado, y por esa razón fue leyendo mucho y poniendo mucho de su parte llegó a ser un adulto responsable, comprendiendo que él era el amo de su futuro y que solamente él tenía que recorrer la senda del estudio personal y del trabajo bien hecho. Así es como se centró en lo importante y cuando terminó sus estudios de periodismo en Madrid se colocó en un diario de tirada nacional. ¡Cuánto se acordaba de lo que siempre le decían su maestro y su madre! ¡Cuánto beneficio le había sacado, al final, pues gracias a ello su vida se consolidó alcanzando la felicidad que siempre había soñado!