El mejor alcalde
Nunca he sabido narrar paisajes. Me cuesta horrores dibujar palabras que detallen el relieve, el color, la textura o los límites de los objetos y las personas. De hecho, cuando de adolescente iba al cine, esa incapacidad mía por la riqueza descriptiva me impedía contarle la película a mi amigo Manolo, que es ciego, con la precisión que lo hacían los demás.
Quizá por eso, hoy, en lugar de relatar, como era mi intención inicial, un desolado y triste recorrido a lo largo de las solitarias vías del tranvía de Jaén, me limitaré a intentar modelar, a modo de haikus inauditos, el momento en el que leí que el alcalde de la capital, José Enrique Fernández de Moya, había sido nominado para ‘Mejor alcalde de España’. Confieso que no me importó que el premio lo otorgara no sé qué Instituto Mexicano en alianza con no sé qué Universidad Pontificia, pues lo único que captaron los vellos erizados de mi antebrazo fue la imagen yerma de un empecinado alcalde queriendo vender un proyecto urbano sostenible, como si fuera la locura faraónica de un pocero o un aeropuerto Fabra sin aviones.
De acuerdo que no conozco los entresijos de ese problema irresoluble que parece ser el tranvía de Jaén. Solo conozco las excusas económicas que se han ido vendiendo a los jiennenses que, desgraciadamente, en estos tiempos de crueles carencias entienden a la perfección lo que es no tener un euro. Lo cierto es que, hoy más que nunca, siento una fascinación total por las personas cuya capacitación les hace dar lo mejor de ellas para la resolución de asuntos imposibles. Como esa española que hace unos días logró solucionar uno de los problemas matemáticos de mayor notoriedad científica internacional sobre los subespacios invariantes en espacios de Hilbert. En mis cortas luces, ni me atrevo a imaginar la complejidad del tema, pero seguro que es menor que la del tranvía. Un tranvía que según el alcalde, no se puede permitir Jaén. Y no es verdad. Yo creo que lo que no se puede permitir Jaén son los subespacios invariantes, la pequeñez de miras, las luces cortas, las gafas sucias de miopía, la aritmética de carboncillo. Porque Jaén no es un objeto heredado de nuestros abuelos, es un préstamo para quienes aún están por venir. Y hay mucho por hacer. Jaén, doy fe, necesita mejorar su movilidad, disminuir sus niveles de contaminación, ahorrar energía, ser una ciudad facilitadora, una ciudad que se modifica con la mezcla enriquecedora de seres, una ciudad que debe crecer al ritmo del bienestar de sus gentes y para eso necesita que algún alcalde haga las cuentas mirando al futuro. Mientras tanto, yo esperaré detrás del espejo sin renunciar a la puesta en marcha del tranvía. El día que eso ocurra, allí estaré.
Sofía Casado es abogada