El mapa del alma

Defendió Francis Crick, premio Nobel de medicina y descubridor de la doble hélice del ADN, que la conciencia tenía una localización precisa. Es lo que podríamos llamar el mapa o el territorio del alma, que el científico encarnó en un reducido número de neuronas situadas entre la parte posterior del córtex y el córtex frontal. Esta visión de Crick tiene algo de tranquilizador en el sentido que otorga a la conciencia la misma cercanía que a nuestra piel o a nuestras manos y la hace casi acariciable, como casi se puede acariciar al corazón cuando se posa la mano sobre el pecho. Está ahí la conciencia y se la siente con ese gozo de pertenencia y de fidelidad de lo que alienta y organiza desde el interior de nuestros cuerpos.

    11 feb 2012 / 10:16 H.


    Salvando todas las diferencias, la visión religiosa del alma también aporta el mismo sentido de unidad, la misma seguridad de lo propio, de lo que impregna y fluye desde dentro. En todo caso, este sentido del yo, tan humano, parece ser una constante en nuestra civilización. Sin embargo, cuando se intenta hacer el mapa del alma de los pueblos el dibujo sale torcido. Los románticos se empeñaron en esa tarea y solo pudieron extraer escoria de las minas del pueblo: dos o tres ideas escurridizas y llenas de vaguedad. Así vinieron a coincidir en que el alma española estaba hecha con los mimbres de la pasión y de la espiritualidad y de una especie de resignación que, con mejor nombre, llamamos estoicismo. Nada que no se encuentre con facilidad en cualquier pueblo aislado y pobre, en especial, si ha venido a menos como ocurrió en la España del siglo XIX.

    Hoy, se diría que los españoles tenemos un alma plural, pero con una clara tendencia a reconvertirse en bífida, un corazón partido en dos mitades como si hubiera salido de aquella sentencia de Larra: “Aquí yace media España; murió de la otra media”, pero ya sin el dramatismo ni el peso definitivo de los muertos. Hoy nuestras dos almas no tienen pólvora y son más bien de utilizar las ideas con mejores modales pero con igual contundencia que manejan los garrotes los dos contendientes del cuadro de Goya. Aunque nuestras dos almas se sienten en bancos distintos en el Parlamento y voten una con el corazón y la otra con la cartera, visten ambas con pulcritud y presentan sendas sonrisas civilizadas, aunque a veces hay una regresión a las cavernas y se dejan tiradas en las cunetas a personas tan valiosas como a Garzón.

    Sin embargo, esta alma bífida de nuestros pesares aprovecha los grandes momentos históricos para hacerse una piña, como si tuviera nostalgia de aquel sentimiento unitario del que hablaba al principio. Basta que suceda algo tan trascendente, de alcance tan universal y de tan graves consecuencias como unas caricaturas en una televisión francesa para que el mapa del alma nacional ondee con unísonos tableteos, como una orgullosa bandera de tamaño planetario.

    Salvador Compán es escritor