El laberinto, la jungla, el desierto
En lo que va de año hemos acumulado las suficientes emociones para no permanecer en la indiferencia, hemos soportado sobradas indignidades para no padecer algún tipo de inquietud, nos han herido con las evidencias de todos los egoísmos, incluido el nuestro, por supuesto, al que no debemos olvidar, nos han robado colores de la caja de acuarelas, nos han dejado con el blanco y el negro para que de su conjugación únicamente pintemos paisajes al gris, hemos sido vencidos por los ángeles de la malignidad, la desesperanza y el estreñimiento ideológico, parece que estuviéramos a las puertas del Apocalipsis y que las ilusiones son, pues eso, meras y vanas ilusiones.
Enumerar a los presuntos culpables en una columna de opinión sería agotador, a la par que pretencioso o injusto por parte del que la firma, cualquiera de ustedes con sus criterios y razones habrán leído la prensa, oído la radio o visto y oído las cadenas de televisión, así pues, y en consonancia con mi equidad o cobardía, me voy a lavar las criadillas en triste parangón con el aseo de manos que practicó mi colega el señor Pilatos que fue un reconocido jefe de negociado del Imperio Romano, y ustedes juzgaran. Creo, sin ánimo de ofender, que estamos más perdidos que una cabra en un garaje, lo que viene a ser, si nos ponemos transcendentales y mitológicos, hallarse en el laberinto del Minotauro y sin la brújula salvadora del hilo de Ariadna. Yo al menos, me siento desubicado, un tanto errático, a merced de las inclemencias que me procure cualquier vocero, Mesías o iluminado, incluso estaría dispuesto a ingresar en un convento y dedicarme a la vida contemplativa o tomar mis alforjas y confundirme entre los quijotescos e “indignados de la nueva España revolucionaria”, esto sería épico y hasta bonito, penetrar en esa maravillosa jungla de ideas donde hasta Tarzán es democrático con sus monos, participar de la enajenación vegetal de la jungla, donde bulle la vida en todas sus expresiones, pero donde me temo que siempre hay agazapadas fieras y depredadores, es decir, animales superiores que le van quitando a otros inferiores las posibilidades de ser superiores, en consecuencia si yo me reconociera un ser de la jungla preferiría ser el tigre antes que el topo, y eso rompe todo el encanto y me delataría como individuo desafecto al sistema antisistema. Les brindo esta humilde parábola a los gobernantes que lleguen y a los que han salido en estas y en próximas elecciones, para que conozcan y respeten el hecho de que estamos muchos en las junglas y en los laberintos, y sería conveniente que no nos dejaran solos, sin víveres y con los espejismos del desierto. Podría ser peligroso.
Juan del Carmen Expósito es funcionario