El ingenioso hidalgo don Gallardón de la justa

Desde Jaén. Siguiendo el pensamiento “botellaniano”, cuyo principio del que parte es el de que los presos también duermen, cosa que advirtió por sí sola su fundadora sin necesidad de ayuda externa, nuestro actual ministro de Justicia se revela como su más avezado discípulo, y entre ocurrencia y chocarrería no le queda tiempo para la lucidez.

    31 ago 2012 / 08:09 H.

    Resulta que al señor Gallardón le han hecho cargar con la cartera que nadie quiere dentro de su partido, más que nada porque la cosa esa de la Justicia no saben ni medirla, como tampoco se miden otras muchas cosas, aunque para hablar de ellas ya lo haré en otra ocasión. A lo que iba, como las cosas importantes para el PP son las relativas al sistema financiero y económico, y por eso pone al frente a los mejores, las cosas secundarias como la educación o la cultura, o la que depende de una ciega, que se arrancó los ojos para no volver a ver la cosas tan horribles que hacían los hombres, pues pone a los otros, es decir, a los que no son tan mejores, o a los que siendo mejores podrían ensombrecer a los mejores. ¡En fin! Una verdadera paradoja difícil de resolver por un desconocedor de las luchas peloteras internas. Dicho esto, que no ha servido más que para aclarar que el Ministerio de Justicia es de segunda categoría, razón por la cual, quien lo encarna en cuerpo y alma, no necesariamente tiene que entender sobre lo que es la Ley, lo que dice o cuenta, lo que es el Derecho y para qué sirve, sino que, según se levante ese día, se le ocurrirá una u otra cosa, en función de las veces que tenga el turno de palabra dentro del Congreso. Entre las perlas de su peculiar doctrina se encuentra la de que para poder abortar se necesita el visto bueno de un facultativo, o la de que haya en España una ley como Dios manda y castigue al condenado a perpetuidad, eso sí, revisable cada 30 años y en casos muy, pero muy contados. Pero la chuscada que ya colma el don de la arbitrariedad, es la de que, al condenado por abusos sexuales, se le continúe encerrando después de haber cumplido su condena, a criterio de los Centros Penitenciarios y la supervisión de los jueces, hasta que no sea considerado apto para la sociedad. Creo que no se paró a pensar lo que dijo en absoluto, porque si se para un poco a pensarlo, ni siquiera se le hubiera ocurrido tal majadería. El señor ministro debería saber, y si no lo sabe se lo digo yo, que cuando alguien es sentenciado por un juez, dentro de la propia sentencia ya viene establecida la duración de la pena que cumplir, y cuando finaliza o expira en el tiempo su duración, el preso deja de serlo y se convierte en una persona libre, al margen de que vuelva a cometer otro delito, puesto que si lo volviera a cometer, las fuerzas de seguridad del Estado están para atraparlo y para entregarlo de nuevo a la Justicia. Pienso que dijo eso por guardar las formas ante el padre desolado, por el que siento un gran respeto, de Marta del Castillo, que fue brutalmente asesinada y cuyo autor fue condenado por tal delito. Lo que no significa que dicho padre considere insuficiente el castigo impuesto, pues la pérdida de una hija para un padre no puede equipararse con ningún castigo que no durase eternamente. El padre insiste en el endurecimiento de las penas por asesinato, y el ahora ministro, que antes de su investidura abanderaba la propuesta no ha podido decirle que no puede ser eso, aunque a lo mejor pudiera ser que sí, pero que no puede ser. ¡En fin! Que digo yo, que para ser ministro de Justicia basta con decir las primeras cosas que a uno se le pasen por la cabeza, sin reparar si se ajustan a Derecho, mientras se repare si se ajustan a la derecha.
    Manuel A. Poisón Almagro