El individualismo español

Manuel Montilla Molina desde Porcuna. España es un pueblo que carece de virtudes colectivas. Toda la fuerza del español ha radicado siempre en su individualismo. En España no hay sociedad, si se entiende por tal un organismo capaz de ponerse de acuerdo para realizar determinadas cosas en común. Los pueblos individualistas como el nuestro suelen ser pobres en espíritu comunitario.

    05 nov 2012 / 15:58 H.

    Esta realidad sociológica explica que España haya sido un pueblo de dictadores y autócratas dispuestos a imponer al país la disciplina que la sociedad no quería aceptar voluntariamente. Franco fue la última expresión de esta tradición caudillista y cesárea. Este individualismo radical es la raíz no solo de la arrogancia sino de sus instintos destructivos. A esta hipersensibilidad suya se le ha llamado también pundonor y amor propio; pero puede llamársele también intolerancia e incapacidad de aceptar con serenidad la crítica y los defectos y errores de los demás. El español es muy exigente con el prójimo. Este narcisismo belicoso ha imperado de siempre en el país. De la inclinación desmesurada por avasallar a los demás con su palabra, viene también su incapacidad para el diálogo. España es un pueblo que no ha aprendido todavía a dialogar. Todos sus trastornos históricos proceden de este rasgo psicológico. El hispano es, de una parte, un animal extrovertido, volcado hacia fuera, pronto y ágil para enrolarse a cualquier sugerencia externa, pero, a la vez, carece de toda aptitud para aceptar los pequeños sacrificios cívicos impuestos por la vida en común. El mismo individualismo encontramos en la Guerra de la Independencia, aunque en este caso se trate de un individualismo épico, colectivo. ¿En qué otro país hubiera desafiado un simple alcalde de pueblo la autoridad de un emperador?
    El individualismo español es un gran obstáculo para el desarrollo y el mantenimiento de la democracia, pero ese mismo individualismo ha constituido un dique permanente contra la tiranía. Un pueblo tan individualista tiene que ser forzosamente difícil de gobernar. Esta elevada conciencia de la propia personalidad es la fuente de la rebeldía hispánica. Pero el español se familiariza muy pronto con los atropellos; si es un individuo frío y acomodaticio se adaptará al medio ambiente y se incorporará sin apenas esfuerzo al bando de los que hacen de la arbitrariedad su norma de vida; si es accesible a la grandeza de los ideales nobles, elegirá el camino de la justicia y se convertirá en un rebelde. Y aquí surge otro rasgo del español: su idealismo. El español posee una capacidad enorme, casi sobrehumana, de idealizar las cosas y de soñar. Por eso España es un país de poetas. En un país como el nuestro, tan habituado al hambre y la opresión, es lógico que la capacidad onírica cobre en seguida un perfil social. Y aquí empiezan los problemas. Ese idealismo absoluto es también el origen del carácter violento que caracteriza la acción de los revolucionarios españoles. Uno de nuestros defectos centrales: la tendencia nacional al machismo y la chulería. La hombría artificial conduce a la chulería. El chulo o el fanfarrón representan la negación del hombre viril, que no vive de gestos para la galería, sino de decisiones racionales. Esa chulería nuestra ha conducido al culto hispano a los desafíos, las peleas y las navajas. Hemos sido muy valientes, aunque esa valentía no ha impedido que nuestros enemigos nos derrotaran una y otra vez.