El fraude de los 195 millones de euros
Por Nuria López Priego
Multimillonario, inteligente, innegablemente atractivo, poderoso y arrogante hasta el tuétano. Estos adjetivos podrían configurar uno de esos lamentables anuncios de la aún más deleznable sección de Clasificados con la que nutren económicamente la mayoría de los medios de comunicación del mundo, pero son solo algunos de los epítetos que describen a Tony Stark, el tipo arrogante, insidioso y fantasmón que, paradójicamente, debe cualquier atisbo de humanidad a una armadura de acero, la de Iron Man, y su dignidad y los frutos millonarios que, sorprendente e inexplicablemente está recogiendo en las taquillas de todo el mundo, a una lucha contra el terrorismo islámico que excede las barreras de la ficción.

Multimillonario, inteligente, innegablemente atractivo, poderoso y arrogante hasta el tuétano. Estos adjetivos podrían configurar uno de esos lamentables anuncios de la aún más deleznable sección de Clasificados con la que nutren económicamente la mayoría de los medios de comunicación del mundo, pero son solo algunos de los epítetos que describen a Tony Stark, el tipo arrogante, insidioso y fantasmón que, paradójicamente, debe cualquier atisbo de humanidad a una armadura de acero, la de Iron Man, y su dignidad y los frutos millonarios que, sorprendente e inexplicablemente está recogiendo en las taquillas de todo el mundo, a una lucha contra el terrorismo islámico que excede las barreras de la ficción.
El éxito de la primera entrega de la trilogía fue indudable. En su adaptación al cine, el personaje que, en 1961, nació de la imaginación de Stan Lee, tenía evolución física y psicológica, y la cinta, además de un ritmo trepidante, una trama pegada a la tierra y un acercamiento —más verosímil que falaz y hasta crítico— a la potente industria armamentística estadounidense. Aparte, perseguido por un pasado tan díscolo y extremo como el del propio personaje, la elección de Robert Downey Jr. resultó ser un acierto añadido.
La segunda entrega perdió, en el metraje, muchos de los puntos a favor que había acumulado su predecesora y, a pesar del taquillazo mundial en el que se ha convertido la tercera parte —con una recaudación que supera los 195 millones de euros—, Iron Man 3 es el colmo del fraude. Tony Stark no puede ser más esperpéntico, ni más payaso de sí mismo que en esta tercera entrega. Un bufón que no consigue conmover con los ataques de ansiedad que lo atormentan ni siquiera cuando Downey Jr. hace pucheros. Es una cinta maniquea, como también lo eran las anteriores y, evidentemente, el cómic en el que se basa, en la que los americanos “buenos” tienen que derrotar al “mal” que representa el terrorismo islámico, aunque este solo sea el velo que esconde una investigación genética para hacer invencibles a hombres vulgares, como todos. Este es el argumento de Iron Man 3 y, aunque el interés es manifiesto, su resolución pierde fuelle en su nudo.
Con todo, es reseñable el reparto de actores que la protagonizan y, en especial, las actuaciones de Guy Pearce y Ben Kingsley en el papel de un actor mediocre contratado para atemorizar al mundo cual Osama Bin Laden. Sin duda alguna, su interpretación es lo más original y auténtico de la tercera parte de una trilogía que, a pesar de las chorradas de Stark, de sus miserias y de su presuntuosidad ilimitada, ha sabido meterse en el bolsillo a una audiencia sedienta de héroes.
Iron Man 3
EE UU - Año: 2013 - Director: Shane Black
Protagonistas: Robert Downey Jr., Gwyneth Paltrow, Guy Pearce