El fin de la ocupación abre el paso a una difícil soberanía iraquí
La marcha de las tropas estadounidenses de Irak cierra una etapa histórica en el país árabe y abre un trayecto lleno de incertidumbres sobre la reconstrucción y, ante todo, de las posibilidades de que la democracia se imponga en un país marcado por la dictadura de Sadam Husein, la posterior ocupación y la lucha fratricida entre los distintos clanes del poder.
El discurso del presidente de EE UU, Barack Obama, evitó las grandilocuencias propias de otros tiempos y evitó un triunfalismo que, por otro lado, nadie creería. Porque la guerra que se quedó sin argumentos con el paso del tiempo, aunque logró acabar con la tiranía de un dictador también destruyó el futuro de Irak a corto y medio plazo. Siete años de guerra con los insurgentes dejaron al país al borde de una guerra civil que, de momento, se ha evitado. La misión “Libertad iraquí” terminó sin una de las premisas básicas a las que se comprometió Estados Unidos y también la ONU al dar el poder a las fuerzas ocupantes: la consolidación de la democracia y la seguridad en el país. Ninguna de estas dos claves se cumplen en la actualidad, pero la decisión de Obama se ajusta más a la realidad de su país que a lo ocurrido en Irak. El coste económico y social de la guerra para EE UU es inasumible en un contexto de crisis y se hizo especialmente duro para un Gobierno demócrata que nunca justificó el contencioso bélico por más que al llegar al poder mantuviera los planes de Bush. En su mensaje a la población, Obama, incluso, llegó a entender la decisión de su predecesor en la medida en que creyó que así evitaba peligros mayores para Estados Unidos. Una manera elegante de pasar de puntillas por un legado político muy difícil de digerir y del que difícilmente se puede sacar pecho. La comunidad internacional tendrá que estar vigilante y sobre el terreno para que el nuevo país se reconstruya democráticamente.