11 sep 2014 / 11:20 H.
Cuando se ama al libro, las librerías pasan a ser lugares que subyugan. Deambular por ellas, hojear todo lo que llama nuestra atención, su olor a papel nuevo y a tinta fresca, su campo ancho donde enriquecer nuestras ideas y fomentar nuestra curiosidad, no deja de ser todo un hechizo. Desgraciadamente nos dicen las estadísticas que se lee cada vez menos. Año tras año se pierden lectores. Decimos de un sector cultural estratégico donde cada día desaparecen más puestos de trabajo. Las nuevas tecnologías entran en continua pugna con el libro físico. Un alarde convulso del progreso que nos ocupa. Aunque esta idea no casa mucho con la cantidad de libros que se editan (más que nunca dicen). Ante este rompecabezas me pregunto: ¿quiénes consumen? Leo un informe de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal) que España es el país europeo con mayor número de librerías (5.556 en 2.013) y el segundo tras Chipre, con más librerías por habitante. También nos dice dicho informe que, en los últimos cuatro años es donde más establecimientos de este ramo se han cerrado. Maremagnun que nos enreda más y más. Hay que entender que los vientos no son propicios. Todos los campos están yertos. El saber se resiente con la consabida crisis (hasta entera produce nombrarla). Y es que, ya nos aleccionaba el Quijote: “donde no hay harina, todo son mohínas”. Viejo loco y sabio, maese Cervantes. Quiero ser optimista. No todo son malos augurios. La necesidad de saber es inherente al ser humano. El hombre tiene hambre de saberes. Cada vez nos preguntamos más cosas. El mundo se expande, la cultura llega a más lugares y personas, que solo cincuenta años atrás era impensable les habitara. La gente cada vez es más culta. Hay autores que venden millones de libros en un sinfín de países diferentes. El iniciarse en la lectura en edades tempranas siempre será un aval de cultural y por siempre ya lector. La prueba la tenemos en los grandes centros comerciales, estos no les dan la espalda al libro. Es un reclamo más. Editar un libro es un logro y un esfuerzo enorme. También un orgullo. Admiro a todo aquel que se sumerja en sus aguas.