El Dios desconocido

Se oye con frecuencia la frase: “Creo en Dios, pero no en la Iglesia”. A las muchas personas que comparten esta afirmación, debo decirles que aquella es, por mandato de Cristo, la depositaria y transmisora de su mensaje, siendo Dios mismo quien nos convoca en ella, mediante la jerarquía eclesiástica.

    17 oct 2014 / 09:01 H.

     

    ¿Esta jerarquía da, a veces, mal ejemplo? Consideremos que está compuesta por hombres, con la misma debilidad de San Pedro, que negó a Jesús, o San Pablo, que lo persiguió, y son sus más firmes pilares. ¿Y qué hay del buen ejemplo de tantos pastores, que han sido, son y serán, testigos creíbles de aquel que los envió? La respuesta es que Cristo, cabeza de esta Iglesia, es el bien absoluto. ¿Puedo creer en un maestro y no en su enseñanza? Esta enseñanza de Jesús es la misma para todos, pero no todos estamos dispuestos a oírla y seguirla. Si no tenemos fe, pidámosla y se nos dará. Si la tenemos, llevémosla a la práctica, sobre todo, con el testimonio de la propia vida.
    Pensemos que las palabras mueven, pero las obras arrastran. Es cierto que los seguidores de Jesús no ofrecemos, en muchas ocasiones, un buen ejemplo a los no creyentes. Pero ya, el Papa Francisco afirmó que la Iglesia es el hospital de los pecadores y no la casa de los “perfectos“. Si solo abriera sus puertas a estos últimos, estaría vacía, y no podría cumplir la misión que le fue confiada.

    Recordemos que Cristo se identifica con el pobre, con el débil, con el marginado, con el más necesitado. ¿Podemos decir que está lejos de nosotros? Nunca ha estado más cerca, ni ha sido más conocido que en estos momentos.
    Y debemos recordar que la Iglesia, desde tiempo inmemorial, ha salido siempre al encuentro de los desvalidos y desamparados. Nuestro mundo está muy necesitado de este Dios providente y misericordioso, que anhela su salvación.