El desempleo
Hace unos días leí una especie de confesión de una mujer que había perdido su trabajo: “Me siento mal, como arrojada a la cuneta de una carretera cualquiera. Como si hubiera perdido el último vehículo, que me llevaría a mi destino.
Es difícil expresar lo que siento, pero es algo así como una bofetada helada; un vacío que no se puede llenar. Es para mí más dolorosa la humillación de verme echada de mi trabajo, habiéndolo hecho siempre con esfuerzo y con eficacia, que la pérdida económica que supone mi despido. En fin, quiero pensar que este paro forzoso no es inútil, y que pronto, irá disminuyendo la tasa de desempleo, de hecho, parece que va disminuyendo, y sus dramáticas consecuencias”. Opino que muchas personas desempleadas podrían expresarse en estos términos, al ver violado su derecho a un trabajo digno que garantiza la Constitución, y si a esto añadimos el problema que conlleva dejar de ganar el dinero que necesitan, y tantas veces, de forma apremiante, su situación es tremendamente lamentable, y es lógico que se sientan humillados, traicionados, al apartárseles, de un día para otro, de la población activa de nuestro país. Esperemos, como dice esta mujer, que sigan bajando progresivamente las cifras de desempleo, aunque sea por ahora, temporal, y que tantos dramas personales, lleguen a su fin. El trabajo dignifica al hombre, y entiendo que el hombre dignifica, con su trabajo, a su familia y a la sociedad. Aportemos nuestro grano de arena, para que el empleo estable sea, cada vez con más frecuencia, una realidad en nuestro querido país.