El denominado “cangrejeo”
Partamos de la base de, que como cristiano y católico, tengo el máximo respeto a la Semana Santa, las procesiones y todo lo demás que conlleva.
Aclarado este punto, cabe destacar otros que no pasan ni deben pasar desapercibidos. Llevo muchos años viendo procesiones, cabalgatas y algún que otro pasacalles. Hasta ahora no había caído en la cuenta de la cara dura que llega a tener el ser humano, en especial en este tipo de eventos exentos de polémicas y en los que “vale todo”. Hasta pisar al prójimo, codear al próximo o “culear” al vecino.
Estando en espera de la “Borriquilla”, antes y con tiempo, sol y buena compañía, tiene uno la ocasión de observar, analizar y hasta comprender al ser humano. Existe un prototipo de individuo, tanto caballeros como damas, el cual va a lo suyo. Acto loable como el que más, siempre que no perjudique a los demás. Que esto de llegar el último y colocarse el primero, por ejemplo, o meter el hombro de “laíllo” con un, a lo sumo, perdón quiero pasar, es un ejercicio “de me importan un carajo los demás”.
Ni respeto al Nazareno, ni al cofrade, ni al observante. Pero aparte de esos que se colocan en la pole, saliendo desde boxes, y disimulan mirando si la nube está en Jabalcuz o se acerca al seminario, están esos que le dan título a nuestro humilde artículo.
El susodicho domingo nos sorprendió, a propios y extraños, ver a tales individuos, unos con patillas y otros sin ellas, delante de la procesión y caminando de espaldas, táctil en mano y pantalla plana en ristre, dándole al círculo bajo para retratar el momento. Algo inaudito para todos los que esperábamos pacientes el paso de la imagen. Un rato después, unos buenos amigos y conocedores del mundo cofrade y del “capillismo”, dicho desde el respeto, nos informaron que es algo de copia y pega de Sevilla y consiste en el denominado “cangrejeo”.
Manolo y Ana, esporádicos cangrejeros, nos contaron que es un arte parecido al “postureo”, algo así como quién no quiere la cosa pero sin dejar de quererla. Pasear delante del paso. Marcha atrás y sin mirar los espejos, para lucirse y retratar. Y retratarse, Dios mediante.