El corazón alegre
Las personas nos diferenciamos unas de otras en cómo afrontamos cualquier situación, en la capacidad de dar un giro al momento presente por muy duro que este sea. Vamos viviendo la vida inmersos en el atajo del ego, educados en la ambición y la competitividad. La mayoría, anhelamos otra forma de vida al llegar al ecuador de nuestro viaje y queremos buscar un sentido a nuestra existencia, una conexión espiritual que nos libere de lo que nos ata y nos limita.
Buscamos la felicidad, que algunos hallan en las fiestas del latín love, o gastan alfa romeo y son capaces de limpiar sus radios con palillos de dientes allí donde no entra la franela, o de hacer maroma y circo. Nos rodea la insatisfacción, el afán de riquezas y una lucha de poder que nos empuja hacia un salto al vacío. El acrisolado Pedro Cavadas, que realizó el primer trasplante de cara en España, cuya conciencia empírica es la de un auténtico profesional inmerso en proporcionar calidad de vida al ser humano, apuntaba en una entrevista: “Nadie ha pagado una entrada más cara por nacer en el hemisferio norte. En las zonas más duras del planeta, la gente no está de mal humor todo el día. Al revés, lo pasan mal, pero los ratitos en que no lo pasan mal están alegres. Bailan, cantan. ¿Cómo es esto posible? En occidente lo tenemos casi todo y estamos de mala leche todo el tiempo”. “El corazón alegre constituye buen remedio y hace que el rostro sea hermoso; pero el espíritu triste seca los huesos” (Salomón Prov. 17.22). Pensémoslo.
Poeta
Rocío Biedma