El cine como parámetro de calidad de vida en las ciudades
Hace no demasiados años, prácticamente no había pueblo en la provincia, por pequeño que fuese, que no contase con su propio cine y, en muchos casos, tanto de verano, como de invierno. En la actualidad es la Diputación la que suple ese gran vacío con su programa itinerante, que cada temporada se cierra con una significativa respuesta de asistencia. Con el paso de los años, los municipios que tuvieron más suerte, pudieron reconvertir sus antiguos cines en teatros y así dar un nuevo uso a las instalaciones.
La calidad de vida de las ciudades se mide, entre otros parámetros, por la capacidad de acceso a la cultura de sus gentes y, en el caso de la capital, es triste ver cómo se cierran salas que forman parte casi de la propia biografía de sus habitantes. La reciente despedida, sin mayor pena ni gloria, de la actividad en los cines El Alkázar, deja un sabor agridulce, sobre todo, porque su hermano, el Cervantes, también en el casco histórico de la capital, se despedirá de sus más fieles espectadores a finales de este mes, si no sucede algo inesperado.
Es lógico desde un punto de vista empresarial que la caída de la demanda provoca que deje de ser un negocio rentable proyectar películas, pero quizá desde las administraciones se debería plantear algún tipo de medidas para que las salas sigan abiertas, con independencia de que reporten o no beneficios. Los cines Avenida, también en pleno casco urbano de la ciudad, cerraron también hace años, e incluso, hubo una época en la que tristemente no había proyecciones en la capital. Esa circunstancia parece que no va a producirse en la actualidad, porque los multicines de La Loma son el vivo ejemplo de la prosperidad, según defienden sus gestores que, además, tienen importantes proyectos de ampliación. Pero no deja de ser una lástima que el casco urbano pierda ese plus de calidad de vida que proporciona séptimo arte.