El cielo puede esperar

Desde Villacarrillo. 30 de marzo de 2014, un grupo de adolescentes, armados con espadas de madera, ilusión, fantasía, esfuerzo, emoción, sentimientos, y un alma tan clara y limpia como las cristalinas aguas del Río Borosa, toman el Teatro Coliseo de Villacarrillo para demostrar ante 900 espectadores que el Cielo y el Infierno no son quimeras, que están en nosotros. Cielo son los sentimientos en estado puro de estos chicos y chicas, capaces de enfurruñarse, de reconciliarse, y perdonar sin límites, Infierno son los prejuicios, los resentimientos, recelos y suspicacias de nosotros los sapientísimos adultos. Cuántas lecciones, cuánta enseñanza, dormida en estos chicos, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la voz paciente, que sepa arrancarlas. Cuánto sentimiento reprimido, cuánto dejar dormir el genio en el fondo del alma, sin ver que ahí estaba, que solo había que decirle: ¡Levántate y anda!. 900 caras de asombro, novecientas exclamaciones: ¿Cómo pueden hacer eso?, ¿Cómo tamaña embajada? ¿Cómo? ¿Acaso con atención, alguna vez, les escuchabas? ¿Acaso has mirado en su fondo? ¿Acaso buscaste su magia? ¿De qué te sorprendes ahora? ¡Los árboles, ver el bosque, no te dejaban!. Tu juicio era incompleto, posiblemente, errabas. Y yo contemplando el tiempo, el devenir de los años, considerando desde mi particular butaca como todo empieza, como, todo acaba, para permanecer suspendido, en ese lugar del tiempo, donde las cosas extraordinarias se guardan. Y devienen por siempre, cuando son necesitadas. ¡Enhorabuena chicos y chicas! ¡El futuro os aguarda!, pero a ese curso accedéis con nota, ¡Con la nota más alta!
Diego José Marín López

    02 abr 2014 / 22:00 H.