El Cervantes gana a Bonald
Hace la friolera ya de veintidós años, aquel muchacho de provincias, que hoy escribe estas letras, entraba en comunicación en la capital de España con Pepe Caballero Bonald. El literato, de prestigio rubricado, tuvo a bien dedicar parte de su tiempo en recibir al aprendiz que, con más osadía que erudición, estrechó la mano de quien lejos estaba de saberle sucesor en su antiguo cargo como secretario personal de otro grande, de Cela. Bonald me empezó a interesar por su prosa rica, melodiosa, mágica en ese realismo magistralmente desarrollado.
El gaditano, “hijo de la guerra”, sabedor y dibujante de versos profundos, gallardo en la palabra instalada en el aire de nuestra cultura, fue el responsable de hacerla perenne y combativa, reflejo de una época comburente en que la poesía, podía y debía ser un arma —su arma— intelectual capaz de hacerse eco de la voz de un pueblo y de un pensamiento libre. Novelista sabio, resuelto en una escenografía del sur necesaria para desarrollar su trama: ese coto de Doñana no es más que un símbolo —su símbolo—, isagoge de un cuerpo prosaico que lo ha hecho inmortal. Un clásico que hace grande al Premio Cervantes, y no al contrario, por ello rindo homenaje al hombre y al literato, a mi amigo Bonald, caballero de excelso apellido como eminente en su trayectoria, en su estilo depurado y en su mágica pluma. En letras de oro se escribe hoy este galardón, el más importante después del Nobel que honra y se honra con este escritor de la Generación del 50.
Escritor
Gaspar Sánchez