El análisis. Por fin igualdad real sin más historia

Igualdad real. Alguien dijo alguna vez —y una servidora— que la igualdad real sería cierta cuando las mujeres llegaran al poder como la gran mayoría de los hombres: sin tener que demostrar nada. Andalucía acaba de investir como presidenta de la Junta a una mujer por primera vez en los treinta años de autonomía de esta bendita comunidad autónoma. Las feministas están de enhorabuena, las primeras, y las socialistas más aún, como es obvio. Pero quien esté tan ciego que no se alegre es que es un troglodita mental.

    08 sep 2013 / 10:03 H.

    Las acusaciones que se lanzan estos días de nombramiento a “dedazo”, de exigencia de convocatoria de elecciones autonómicas o de supuesto  ADN corrupto de Susana Díaz  están tan manidas que solo con mirar la hemeroteca parecen las mismísimas que en su día le hacían al propio Griñán. Zoido y todo el PP andaluz por extensión las llevan claras si no renuevan los argumentos dialécticos. Claro que el problema es general. Propongo un concurso entre dirigentes, entre todos sin distinción de sexo ni inclinación política, a ver si son capaces de articular un discurso quitando las veinte o treinta palabras típicas-tópicas que usan continuamente. Quedaría desierto. Dicho esto, con la que está cayendo, hay que dejarse de demagogia retórica y pasar a la acción. Por sus hechos los conoceréis y hay que dejar a la presidenta funcionar. Ya dijo en su intervención del jueves en el Parlamento que es preciso trabajar duro y trabajar cuanto antes. Solo falta que la dejen.

    No hay derecho.  Vergüenza debería darles a los notarios que hicieron a Juana Vacas hacerse cargo del testamento de su hija recurrir ahora la sentencia que la libera de esa herencia maldita. En su derecho están de reclamar ante la Audiencia o ante San Pedro que está en los cielos, por defender su profesionalidad o no pagar las costas, no se saben los fundamentos de ese recurso, pero no hay derecho al calvario que pasan esa anciana y su familia. Claro que los culpables no son ellos, los profesionales que seguro que ejercieron bien su trabajo, ni tampoco la señora que no entendió lo que le explicaban, sino lo absurdo de una ley que permite estos dramas, que tanto daño hacen y que se resolverían simplemente con sentido común.
    Por Juana González Cerezo