El amor es un premio que siempre toca al corazón

Entre la contaminación y la aglomeración de la ciudad, la indiferencia de los ciudadanos y los problemas propios de un padre de familia, iba desapareciendo el encanto y la ilusión propia de la vida.
Me sentía y percibía como que iba cayendo en un pozo sin fondo del que difícilmente podría salir.
Esta sensación vertiginosa me hizo algo reaccionar, y pensé que debía agarrarme a algo que me ayudara a mantenerme aflote. Como se acercaba la Navidad, se me ocurrió aferrarme a la idea de que me tocaría la lotería y que esto solucionaría todos mis problemas habidos y por haber.

    20 nov 2015 / 11:24 H.


    Comencé a comprar décimos de aquí y de allá, de este lugar y del otro, tenía tanta ilusión porque me tocara el gordo que no me daba cuenta de que el poco dinero que habíamos ahorrado mi esposa y yo lo estaba gastando o mal gastando, aunque yo creía que lo estaba bien gastando.
    Por suerte, antes de que pudiera gastarlo todo en lotería, llegó la mañana en que los niños de San Ildefonso me darían la alegría o el disgusto de mi vida.
    Cuando cantaron los números: primero, segundo y tercero busqué y rebusqué; miré y remiré, volví a apuntar los números premiados y volví a probar y comprobar mis números, y por más que miraba y comprobaba no había manera de que coincidiera ninguno. Donde había salido un uno yo tenía un dos, donde yo tenía un cuatro había salido un cinco y así sucesivamente.
    ¡Vaya decepción, esto sí que me dejó totalmente destrozado! Me sentía tan mal que no quería ni hablar de fiesta y, lo que es peor, no podía escuchar a mi esposa e hijos hablar de nada relacionado con las Navidades.
    Esa noche me acosté temprano porque me sentía terriblemente cansado, hundido y bastante “depre”. Deseaba dormir con la esperanza de que, al menos, unas horas estaría libre de mi pesadilla diurna.
    En mi sueño, mi hermoso sueño que jamás olvidaré, me vi a mí mismo en un mundo de luces y colores. Estaba yo en mi nido, mi verdadero nido, el nido de mi infancia. Me encontraba junto a mis padres y hermanos, también estaban mi esposa e hijos.
    Todos juntos recogíamos una abundante cosecha de frutas y hortalizas, todo estaba a punto de comer, olía muy bien y sabía mejor. Sus colores eran nuevos y nítidos como recién pintados. Cantábamos y bailábamos sin miedo ni preocupaciones de ninguna clase porque todos éramos uno y cada uno de nosotros formábamos parte de todos.
    Al despertar me sentí tan reconfortante que enseguida me di cuanta de que esta era la verdadera lotería, esto era lo que en verdad necesitaba: unirme a los míos, volver a mis raíces.
    Me levanté muy contento y desperté a mis hijos y esposa diciéndole: —“Venga a levantarse que es Navidad y nos tenemos que ir al pueblo para visitar a los abuelos y a los tíos, ya veréis qué Navidades tan preciosas vamos a pasar”.
    En verdad, ese año nos tocó un verdadero premio, un premio que se sortea dentro de nosotros y que siempre toca al corazón.
    Araceli Conde Romero /Alcaudete