El aceite, luz sobre la luz
Hay que hablar sobre el aceite en estos días, sobre el oro que despierta cada mañana, en estado de latencia, por los campos de Jaén, La aceituna y su fruto acumulan elogios sin fin en la voz de los poetas. Aceite y poesía de la mano, aceite y libros sagrados. La Biblia lo adopta para el ungüento curativo, para la paz y el disfrute de la vida. Esta mañana de lunes, con un París doliente, crujido por la barbarie hecha de balas y explosivos, resultan proféticas, insondables las palabras del Corán:
“… un olivo ni de Oriente ni de Occidente, cuyo aceite parece alumbrar sin que el cielo lo toque. Luz sobre la luz”. Me detengo ante la cegadora belleza del texto. Esa luz coránica, como la bíblica ramita de olivo, son negadas, salvajemente negadas, en cada disparo de la sala Bataclán, en cada bomba que asesina niños inocentes en Siria o Irak. ¡Qué poco deben leer quienes tomaron decisiones tan funestas! En un sofá dispuesto para Jefes de Estado (ahora farfullan disculpas), o en un oscuro despacho bajo la arena del desierto. Nada importaba la vida de los asistentes a un concierto, la mirada rota de unos huérfanos envueltos en adrajos. La barbarie de París, más cercana que nunca, no me impide leer otras noticias sobre el aceite, desde Jaén, corazón del olivo. Hace una década era impensable un noviembre preñado de frutos precoces, de verdes esmeralda en el fondo de un plato, sopas celestiales picantes o dulces, preñadas de notas sutiles de tomate, romero y albahaca. Impensable una Fiesta del Primer Aceite con 40 almazaras ofreciendo sus primicias, cuarenta mil escolares participando en ritos iniciáticos acerca del fruto que sustenta su familia y su pueblo. Sean bienvenidas presencias como la Asamblea de Euro-Toques, iniciativas a cargo de Castillo de Canena, la almazara Encarnación de Peal, o la revista Alcuza… Todo suma a la hora de valorar nuestra primera fortaleza, el inmenso bosque verdoso que nos abraza y atosiga. Sigamos leyendo, acariciando las palabras de Neruda en torno a la aceituna, “la cápsula perfecta del olivo llenando el follaje con sus constelaciones; luego las vasijas, el milagro, aceite”.
Francisco Zaragoza