El abuelo y los nietos

La última hora es la hora de los fantasmas. Los vivos marcharon y quiénes quedan interesan poco. Abraham empezó a prodigarse obsesivamente en los sueños del viejo. Al abuelo le inquietaba la secreta abstracción del patriarca. Y, llegando al sitio, alzaría finalmente el acero sobre Isaac, para gloria del propio Abraham. Ahora resulta, se dijo a sí mismo, que, además de cruel y sanguinario, Dios es un Dios absurdo.

    09 nov 2015 / 11:18 H.

    Nunca lo comprendería. “Son travesuras y enredos de los duendecillos, tú no le hagas caso”, susurra un hilo de voz procedente de la conciencia. En las noches de insomnio, el abuelo se despereza, agarra la capa y se la echa sobre los hombros. Va a dar una vuelta al coche. Es como el velar armas de don Quijote. Ya no conduce. En su opinión, un hombre no es del todo un hombre si no tiene un vehículo a la puerta. Porque un vehículo significa la libertad, el viaje, la aventura. Es como el caballo de sus ancestros. Algunas veces prende el motor. “Para comprobar que funciona y para que anden las tripas y que el cacharro respire, aunque no se mueva del sitio”, dice. El octogenario necesita palpar y oler el vehículo. Fue por un San Martín, para cuando se sacrifican los cerdos. El que está por llegar, el venidero, hará dos años de aquello. A punto estuvo de arrojarse por la ventana con el dolor del clavo. “Dejad que lo acaricie” —recomienda el médico—; dejad que le hable y que lo arranque. Dejadlo. Para él es bueno”. A veces la nieta Nerea coge la mano del viejo y dice: “Arranca, abuelo, vámonos a Magala con la Tata”. Y se van juntos a Málaga. El nieto se acerca, detiene sus pasos frente por frente. Hoy el nieto está serio, cavila. El nieto parece un hombrecito. ”Abuelo, ¿jugamos a las cartas? ¿Quieres?”. Y el abuelo, que acaba de llegar a Málaga con la niña, se baja despaciosamente del coche. Y, palpando en la fría oscuridad que lo envuelve, ya para siempre, acierta a llegar a la mesa, donde el nieto baraja las cartas. “¿Cuál es la muestra, Emilio?”, pregunta. El abuelo piensa que, sin los viajes a Málaga y sin estas partidas de cartas, hace años que habría muerto.
    José María Ruiz Relaño