Ejemplar único

De Fernández Tejeda supo esta ciudad hace ya más de treinta años. Estudiante del Colegio Universitario «Santo Reino», era de los pocos alumnos que escribían algo más que exámenes o instancias para anular convocatorias. Habitual también de las tabernas de aquel Jaén casi gótico, allí aprendería los cantos de sus tripulaciones perdidas, rebeldes, con causa —señoritos en paro, albañiles de derechas, musas pijas, artistas sin obra, funcionarios rojos que se cambiarían de bando—, el cantar de boga que más cante daba subiendo las cuestas de este poblachón vigilante de sí mismo para no indisponerse con ninguna de sus leyes fundamentales: «Vuela la alondra ligera / corre el caballo veloz. / Y yo, que soy de Jaén, / ni vuelo ni corro ni pollas».

    21 dic 2013 / 10:40 H.


    Primo del hermano Guille, lector del maestro Lombardo, lugarteniente de Carmelo Palomino, ojito derecho del ojo viejísimo de Padreoscuro Viñals, gárgola, en suma, de una (de)generación que viajaría durante los ochenta hasta las irredentas afueras del interior de sí misma, GFT sigue a día de hoy militando en la aristocracia de quien se sabe a la intemperie de la historiografía: su malditismo es el de los poetas benditos, esos cuya anomalía acentúa las de sus colegas más acreditados, modélicos y canónicos. No se engañó: los poetas de la institución literaria solo les interesan a los departamentos universitarios, a editoriales tristes y a contados transeúntes, los más tipos del gremio que solo se leen entre sí y algunos ni eso porque sus lectores son únicamente ellos mismos.

    Tras décadas alejado de los jaenes, aquí que estuvo ayer GFT para presentar La vacamariposa, cuyos poemas substancian el fracaso de esta época desde la frialdad del constructivismo que los sostiene y el expresionismo febril que los expande: cantinelas sentenciosas, estribillos aforísticos, greguerías sarcásticas con un punto dadá que nada tienen de juego porque impugnan los significados establecidos para despresurizarnos los sentidos adormilados, los nuestros mismamente, a ver si así nos pensamos que la disidencia artística es otra manifestación más de la desigualdad social, por qué el capitalismo está ya harto de su matrimonio con nuestra maltratada democracia y si la pandemia nihilista pudiera tenernos a todos más atados que un mulo a un eucalipto.

    Juan M. Molina Damiani es escritor