Efectos secundarios.- El provechoso juego de las apariencias

Por Nuria López Priego 
Junto con la teoría de las '5 w' —what, who, where, when y why, que, traducidas al castellano, significan qué, quién, dónde, cuándo y por qué—, una de las máximas del periodismo es que la objetividad no existe. Y la explicación es la misma que se aplica al investigador, en el método científico. Como sujeto que indaga en la realidad —como objeto— y la describe, la analiza, la explica y, a veces, también la interpreta, no puede desligarse de su subjetividad.

    09 abr 2013 / 23:00 H.

    Esa es su losa, pero no significa que esté desamparado. Frente a los imperativos del “yo”, posee mecanismos para mantener a raya la influencia de los prejuicios y de su propio bagaje, y el primero de todos es buscar los agentes necesarios que le contrasten la noticia y hacer afluir sus versiones dentro de la información. Esto es lo más cerca que el periodista puede estar de la veracidad. Y es veracidad y no verdad, como podría desearse, porque esta última tampoco existe. Es un crisol de perspectivas a merced del “yo”, de sus circunstancias, de la palabra y de los silencios y también de las apariencias. Las mismas que utiliza el cineasta Steven Soderbergh para enganchar en una película, interesante e inteligente, que juega con el espectador y lo engaña varias veces conduciéndolo, en un zig-zag prácticamente imprevisible, a un final que atona.
    Efectos secundarios comienza como el viaje a los infiernos de una mujer, tan delicada “como un pajarillo” e irresistiblemente triste, que está enganchada a los antidepresivos para sobrevivir a los días y a las noches con un marido que acaba de salir de la cárcel. Pero lo que parece un simple argumento de ficción está continuamente sorteando este plano con la crítica al ejercicio de la psiquiatría y a los intereses de la industria farmacológica que contiene. Un gancho innegable en una película que Soderbergh hace avanzar a golpe de puntos de giro, como si fuera un discípulo de Sun Tzu.
    Desarrollando uno de los principios de El arte de la guerra, el creador de Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989) utiliza la sorpresa como estrategia para mantener el interés del espectador y su desconcierto hasta el final. Y es que, en el peligroso juego de las apariencias que es Efectos secundarios, nadie está libre de la sospecha, ni de la culpa.
    Con un guión complejo, tan brillante como espeso, en esta cinta confluyen el Soderbergh documentalista de The girlfriend experience (2009) o la laureada Erin Brockovich (2000) con el maestro de la ficción de cintas como Contagio (2011) o la saga de Ocean.
    Pero el atractivo de Efectos secundarios no es solo la historia que cuenta, cómo lo hace y las técnicas que emplea, sino la evolución de personajes tan difíciles de encasillar como los hombres, y la interpretación de la pareja protagonista: una magnética Rooney Mara y un Jude Law atormentado, que, en el papel de psiquiatra, pasa del éxito más absoluto al descrédito más despiadado, tocando fondo y dejando ver en sí mismo los efectos de los fármacos que acostumbra a recetar a sus pacientes. Pero hay otro factor que la hace espléndida, sorprendente y desconcertante. Y es que no solo la están proyectando en las salas de cine del carrer Verdi, en Barcelona, sino también en Jaén. ¡Y hay que aprovecharlo!

    EFECTOS SECUNDARIOS
    EE UU - Año: 2013 - Director: Steven Soderbergh                
    Protagonistas: Rooney Mara, Jude Law, Catherine Zeta-Jones, Channing Tatum