Dos exposiciones para el recuerdo
Fernando Sánchez Resa desde BAEZA. La ciudad de Baeza —declarada Patrimonio de la Humanidad, juntamente con Úbeda, desde 2003— con su encanto y embrujo característicos no ha querido dejar pasar la ocasión que le brindaba el redondo año 2012 para celebrar dos magnas exposiciones que remarcaran y recordaran el paso del universal poeta por sus lares. “Baeza en tiempos de Machado”, en el Archivo Histórico Municipal, y “Antonio Machado y Baeza 1912-2012.
Cien años de un encuentro”, en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento, han tenido sus puertas abiertas —desde el 22 de febrero al 1 de noviembre de 2012— con el fin de que todo visitante, local o foráneo, haya podido zambullirse en la poética y melancólica estela por él dejada: cualquier tiempo pasado fue mejor; y más si ha sido enriquecido con la presencia de un escritor que dejó honda huella en los siete años en que permaneció, impartiendo docencia y experiencia, en el instituto y ciudad de Baeza. Como he tenido la suerte de visitarlas, me gustaría resumir mi personal experiencia. Entrar en la exposición “Antonio Machado y Baeza 1912-2012. Cien años de un encuentro” fue recibir un caleidoscopio de imágenes y sensaciones tan fuertes que mi propia memoria y sensibilidad se sintieron un tanto anonadadas por esa veintena de paneles ilustrados, fotografías, cuadros, maquetas, con sus conocidos versos; que recogían su pensamiento y obra de aquellos años. Los ámbitos expositivos: la Baeza de 1912 a 1919; el encuentro con personajes míticos: Unamuno, Ortega y Gasset, su hermano Manuel, el joven Lorca; la enseñanza; el poeta; la creatividad, y la estela que dejó me sirvió para obtener un mayor conocimiento de todo el universo machadiano sembrado, no obstante, de luces y sombras; y que con el devenir del tiempo se han ido disipando y, a su vez, expandiéndose en cada lector que se acerca a su literatura conformando una aureola de admiración y nostalgia difícil de igualar. El audiovisual que visioné en “La rebotica” —antes de terminar la visita— conformó, reforzándolo, mi universo machadiano configurado con las múltiples lecturas de su obra. Al final, me sentí impelido a escribir un sentido mensaje en el libro de visitas de la exposición para que, juntamente con otros viajeros, queden enterados su comisario (José Luis Chicharro Chamorro) y el propio Antonio Machado de los sentimientos y emociones allí experimentados. La exposición “Baeza en tiempos de Machado” me supuso vislumbrar un relativo paralelismo entre lo que vivió don Antonio y lo que era, por aquel entonces, este pueblo grande —cuasi manchego— donde se entremezclaban: la complejidad de las clases sociales; la labor de beneficencia sobre el censo de los más desfavorecidos; los expedientes de obras; el avance de las comunicaciones; los sueldos de los empleados municipales; las crisis agrícolas de Baeza hermanadas con la crisis personal que vivió el poeta tras la muerte de su joven esposa Leonor; y que fue el venero en el que se aprovisionó nuestro admirado poeta para vivir —con cierta desgana y mucho anhelo— una vida que se le escapaba entre los pasados recuerdos. Dos exposiciones, al fin, promotoras de un resurgir de la insigne figura de Antonio Machado cuyo desgraciado final terrenal, en Colliure (Francia), no merecía.