Dos días de debate político en los que la nación poco avanzó
El debate sobre el estado de la nación se cierra en falso cuanta más necesidad de verdadero debate político de altura requiere España. Los líderes de los principales partidos se empeñaron en llevar la tensión partidista al hemiciclo en una contienda en la que no hubo vencedores y sí tiempo perdido. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dedicó gran parte de su intervención a explicar las medidas aplicadas por el Ejecutivo para reducir el déficit de las cuentas públicas y reconoció el cambio dado en materia de política social requerido por la situación de crisis. Después de esas primeras aclaraciones y un mensaje positivo para afrontar el difícil otoño económico que aguarda.
El presidente no avanzó nada de las próximas medidas que tendrá que tomar el Gobierno y de lo poco que adelantó en cuanto a recortes presupuestarios de comunidades autónomas no detalló la forma de hacerlo. Quien esperara un atisbo y la explicación de los cambios previstos quedaría defraudado. Sí que se asumió con rotundidad el camino trazado y, además, incluso, con una clara asunción personal de lo que queda por hacer. “Me cueste lo que me cueste”, llegó a decir Zapatero en un compromiso personal en el que puso en juego su propio futuro político. Y ese fue uno de los filones que encontró un líder de la oposición, Mariano Rajoy, que está dispuesto a no moverse un ápice de una cómoda posición en la que sólo cabe el desgaste a la figura del presidente y en la que es nueva táctica política pasar por encima de asuntos peliagudos. El caso del Estatuto de Cataluña es paradigmático en este sentido, ya que si el PP se empeñó, desde su legítima postura, en desmontar parte de lo que consideraba una afrenta constitucional, ahora pasa de puntillas para no quemar naves políticas. A dos años de las próximas elecciones, la exigencia de adelanto electoral no es más que otro brindis al sol.