Divide y vencerás
Qué listos nos creemos pero, en realidad, qué torpes y poco prácticos que somos. Nos enrocamos en nosotros mismos pavoneándonos cuando, en verdad, nos reconcome el odio, la envidia y, lo peor -auténtico deporte nacional-, el desprecio. Somos incapaces de reconocer lo que vale el otro y preferimos destacar algún defecto y obviar los aciertos.
Esta costumbre tan extendida —tripas retorcidas, corazón oscuro— forma parte de la renuncia a los sueños colectivos de la posmodernidad. Divide y vencerás. O sálvese el que pueda. Hasta hace pocos años existían ilusiones sociales y se dejaban a un lado las diferencias individuales, unidos por un común denominador que servía como cohesión. La amalgama que lo hacía posible era la amistad, en la que entonces aún se creía, una amistad en sentido amplio, profunda, motor de las relaciones humanas y el amor. Pero hoy, ¿por dónde mirar? Ni siquiera ante las continuas puñaladas del neoliberalismo, en sus versiones más agresivas y sanguinarias, hay una movilización capaz de contenerlo. Cada uno vive encerrado en su isla, dueño exclusivo de sus propias opiniones e inamovible. Hay que compartir errores y exteriorizar sentimientos, hace falta un cambio moral, porque si no todo seguirá igual: este tiempo gris de recortes en los pilares del estado del bienestar, sanidad y educación, pérdida de derechos de los trabajadores, una sociedad desestructurada y fragmentada donde, como decía uno lamentándose: “Aquí cada uno va a lo suyo… menos yo, que voy a lo mío”.
Escritor
Juan Carlos Abril