"Dirijo un club de alterne pero vivo como una monjita"
—¿Cómo es la vida en un club de alterne?
—Nosotros (se refiere a su marido, con el que lleva conviviendo más de cuatro décadas) dirigimos un negocio que funciona como un hostal. Aquí vienen las mujeres a hospedarse. Les cobramos 30 euros por dormir y por la comida. Lo que hagan en sus habitaciones es cosa suya. Ahí nosotros no entramos. Deben pagar a diario, aunque no somos estrictos con eso. Todos estamos aquí para echarnos una mano.
—¿Cuánto tiempo lleva usted vinculada a este negocio?
—Empecé en 1981, en un club de Córdoba. Desde entonces, siempre he estado trabajando en esto, hasta que me jubilé. Ahora, ayudo a mi compañero, porque el negocio es familiar. Simplemente, le echo una mano en lo que puedo.
—¿A qué se ha dedicado?
—He sido limpiadora, camarera, recepcionista... He hecho de todo, pero jamás me he acostado con un hombre por dinero. He sido fiel, no he probado el alcohol en mi vida, ni siquiera una cerveza, y tengo callos en las manos de tanto como he fregado suelos. Aunque dirija un club de alterne, vivo como una monjita.
—¿Cuántas mujeres residen actualmente en el club?
—Ahora mismo tenemos ocho. Todas son extranjeras, sobre todo rumanas, y de unos treinta y pocos años. A algunas las tenemos hace ya varios meses. Ellas solo piensan en sacar adelante a sus familias, en mandar dinero a sus países, donde tienen hijos pequeños que están pasando hambre.
—¿Se ha notado la crisis?
—Principalmente en la caída de la clientela, que ha sido muy fuerte. El poco dinero que había se lo han llevado los corruptos (risas). Ocurre, además, que muchos de los que siguen viniendo lo hacen de manera más espaciada: es decir, si antes venían una vez a la semana a lo mejor ahora nos visitan cada quince días o cada mes. Aquí hacemos de caja unos 9.000 o 10.000 euros mensuales. Hace unos años, recaudábamos más del doble en los meses malos.
—¿Se ha percatado usted si ahora vienen más mujeres españolas a ofrecerse a trabajar en vuestra casa?
—Pues no. Todas las que tenemos ahora son extranjeras. Ha venido alguna de vez en cuando, pero no es lo normal, por lo menos en lo que yo conozco.
—¿Cómo es la clientela de un club de alterne?
—Comparada con la de antiguamente, es muy buena. Ahora hay mejores clientes que hace años. La gente que viene ahora quiere olvidarse de sus problemas. Aquí estamos para animarlos, para darles afecto... Yo procuro ser muy cariñosa con ellos, les doy conversación o les hago bromas. Ellos me cuentan sus problemas y, en muchos casos, se crea una relación de confianza. Es una de las bases del negocio.
—Recientemente, tuvo usted que sentarse en el banquillo, acusada de un delito relativo a la prostitución, es decir, lucrarse con el negocio del sexo y traer mujeres desde Paraguay para explotarlas sexualmente. El fiscal le pidió seis años de cárcel ¿Cómo vivió usted esa experiencia?
—Fue difícil, porque no fue una situación agradable. Lo que pasa es que sabíamos desde el principio que éramos inocentes. Nosotros no habíamos hecho nada, nunca forzamos a nadie y nuestro local es legal. Tiene todos los permisos y licencias y pagamos nuestros impuestos. Gracias a Dios, la Justicia nos dio la razón y nos declaró inocentes.
—¿Cómo ha sido su vida y cómo se definiría?
—Nací en Cádiz en 1936 en el seno de una familia muy humilde y numerosa –son 22 hermanos de los que sobreviven 18—. En mi niñez pasé hambre. Me comí hasta los mojones de los perros. He trabajado muchísimo y lo sigo haciendo, aunque ya más en un segundo plano, en la sombra. Estoy jubilada y lo que hago es echarle una mano a mi marido —se casaron hace casi un año en la Catedral gaditana—. Creo que soy una buena persona, muy católica, pero de verdad, no de los que se dan golpes en el pecho, sino de los que ayudan a los demás.
—Nosotros (se refiere a su marido, con el que lleva conviviendo más de cuatro décadas) dirigimos un negocio que funciona como un hostal. Aquí vienen las mujeres a hospedarse. Les cobramos 30 euros por dormir y por la comida. Lo que hagan en sus habitaciones es cosa suya. Ahí nosotros no entramos. Deben pagar a diario, aunque no somos estrictos con eso. Todos estamos aquí para echarnos una mano.
—¿Cuánto tiempo lleva usted vinculada a este negocio?
—Empecé en 1981, en un club de Córdoba. Desde entonces, siempre he estado trabajando en esto, hasta que me jubilé. Ahora, ayudo a mi compañero, porque el negocio es familiar. Simplemente, le echo una mano en lo que puedo.
—¿A qué se ha dedicado?
—He sido limpiadora, camarera, recepcionista... He hecho de todo, pero jamás me he acostado con un hombre por dinero. He sido fiel, no he probado el alcohol en mi vida, ni siquiera una cerveza, y tengo callos en las manos de tanto como he fregado suelos. Aunque dirija un club de alterne, vivo como una monjita.
—¿Cuántas mujeres residen actualmente en el club?
—Ahora mismo tenemos ocho. Todas son extranjeras, sobre todo rumanas, y de unos treinta y pocos años. A algunas las tenemos hace ya varios meses. Ellas solo piensan en sacar adelante a sus familias, en mandar dinero a sus países, donde tienen hijos pequeños que están pasando hambre.
—¿Se ha notado la crisis?
—Principalmente en la caída de la clientela, que ha sido muy fuerte. El poco dinero que había se lo han llevado los corruptos (risas). Ocurre, además, que muchos de los que siguen viniendo lo hacen de manera más espaciada: es decir, si antes venían una vez a la semana a lo mejor ahora nos visitan cada quince días o cada mes. Aquí hacemos de caja unos 9.000 o 10.000 euros mensuales. Hace unos años, recaudábamos más del doble en los meses malos.
—¿Se ha percatado usted si ahora vienen más mujeres españolas a ofrecerse a trabajar en vuestra casa?
—Pues no. Todas las que tenemos ahora son extranjeras. Ha venido alguna de vez en cuando, pero no es lo normal, por lo menos en lo que yo conozco.
—¿Cómo es la clientela de un club de alterne?
—Comparada con la de antiguamente, es muy buena. Ahora hay mejores clientes que hace años. La gente que viene ahora quiere olvidarse de sus problemas. Aquí estamos para animarlos, para darles afecto... Yo procuro ser muy cariñosa con ellos, les doy conversación o les hago bromas. Ellos me cuentan sus problemas y, en muchos casos, se crea una relación de confianza. Es una de las bases del negocio.
—Recientemente, tuvo usted que sentarse en el banquillo, acusada de un delito relativo a la prostitución, es decir, lucrarse con el negocio del sexo y traer mujeres desde Paraguay para explotarlas sexualmente. El fiscal le pidió seis años de cárcel ¿Cómo vivió usted esa experiencia?
—Fue difícil, porque no fue una situación agradable. Lo que pasa es que sabíamos desde el principio que éramos inocentes. Nosotros no habíamos hecho nada, nunca forzamos a nadie y nuestro local es legal. Tiene todos los permisos y licencias y pagamos nuestros impuestos. Gracias a Dios, la Justicia nos dio la razón y nos declaró inocentes.
—¿Cómo ha sido su vida y cómo se definiría?
—Nací en Cádiz en 1936 en el seno de una familia muy humilde y numerosa –son 22 hermanos de los que sobreviven 18—. En mi niñez pasé hambre. Me comí hasta los mojones de los perros. He trabajado muchísimo y lo sigo haciendo, aunque ya más en un segundo plano, en la sombra. Estoy jubilada y lo que hago es echarle una mano a mi marido —se casaron hace casi un año en la Catedral gaditana—. Creo que soy una buena persona, muy católica, pero de verdad, no de los que se dan golpes en el pecho, sino de los que ayudan a los demás.
