Dios es hombre
Llueve sobre los campos jiennenses y, tras los duros meses de ardiente sequía, la lluvia resucita unos olivos casi muertos de sed. Son duros estos árboles de raíces profundas y hoja perenne, como duros son los hombres que habitan estas tierras, y las mujeres. María pasea la vista por la penillanura que se extiende ante sus ojos, miles de árboles en perfecta alineación se dejan observar. A su mirada cansada se asoman otros años, otros tiempos.
En estas fechas ya se está hablando de matanza y se ultiman los preparativos para que, cuando llegue la recogida de la aceituna, y todos tengan que salir de la casa y tirarse al campo para ganar el pan del año, no haya inconvenientes. María ya no tiene esa urgencia, las prisas no arrastran sus pies como entonces. Sabe que esta temporada, al igual que la anterior, como varias más; ella no irá al tajo. No quieren mujeres. Hasta no hace mucho, la discriminación se reflejaba en los salarios, el convenio del campo asignaba menor sueldo a los recogedores, que solían ser siempre recogedoras, en femenino. Ahora es, si cabe, mucho más cruel, pues se impide el acceso al trabajo a la mitad de la población y no se tiene en cuenta la capacidad, la fuerza o la habilidad, tan solo el sexo. ¿Quién nos asignaría esa definición que nos está haciendo tanto daño: “el sexo débil”? De esta situación discriminatoria solo se salvan unas pocas, las mujeres que tienen su “vara”, y no todas ellas. Y esta es otra forma de subordinar el trabajo de la mujer al del hombre, de ningunear las capacidades femeninas. ¿Y las solteras? ¿Y las viudas? ¿Y las divorciadas? ¿Acaso no tienen derecho a trabajar? Parece que no, que las mujeres, a pesar de suponer el 55% de los afiliados al Régimen Agrario en Andalucía, no tienen derecho a demostrar lo que valen en el tajo. Y esto no solo supone la pérdida de ingresos de la campaña, sino la imposibilidad de conseguir las peonadas que le darían acceso a cobrar el subsidio agrario. Si esto no es discriminación, si no se nos cae la cara de vergüenza, que venga Dios y lo vea. Ingenua de mí, Dios es hombre.
Felisa Moreno