Día del síndrome de Down
ENRIQUE CARO CRUZ desde JAÉN. La mañana del jueves seguía una entrevista radiofónica a Pablo Pineda, un chaval (al menos para mí) de treinta y nueve años, actor, con una licenciatura y otra a falta de unas pocas asignaturas. Nadie diría que es síndrome de Down. Entre otras cosas, el chaval (con mis respetos) es consciente de sí mismo, y con una voz absolutamente clara y enérgica reclamaba algunos derechos, como que la sociedad sea conciencie y admita esas facciones algo distintas, con sus ojillos orientales y una sonrisa, una paz, una bondad que ya querríamos para nosotros, los que nos creemos normales.
Ellos está claro que no lo son; tranquilos, que me explicaré. Después he consultado en la red, una página muy ecológica ella, donde tras una noticia sobre algunos parlamentarios que alertan de la desprotección del elefante africano y el oso polar, vienen los fastos celebrados en Madrid con motivo del día del síndrome, discursos, macrocarteles, autopuesta de medallas, autocomplacencia, etcétera. Creo importante que se guarden estos documentos para la posteridad, ya que dentro de algunos años quedarán para el recuerdo. ¿Por qué? Porque no nacen niños con síndrome de Down, salvo algunos pocos que se escapan de la criba prenatal, es decir, “errores prenatales” denunciables, y otros poquitos aceptados por sus madres como son, con sus defectos, y permiten que nazcan niños como Pablo Pineda, que además tiene una voz que se hace escuchar. Suerte para ellos, del resto no llegamos a oír el grito de dolor cuando tratan de escapar de la cuchilla del verdugo. Me gustaría recopilar testimonios para saber cuántos recién nacidos o bebés conocemos con síndrome de Down. La frecuencia aproximada es de 1 por 600 recién nacidos. ¿Dónde están los que faltan? En las trituradoras de la clínicas abortistas, pagadas con nuestro dinero. Siguiendo la ley de salud reproductiva para la mujer (ojo al título) muchas madres reciben el consejo sanitario de no tener derecho a traer discapacitados a este mundo y sí que lo tienen, para suprimir al anormal (si tiene una anomalía genética, no es normal) y cuidadito con el sanitario que se atreva a dar algún consejo en favor de la vida del condenado a muerte. De todas formas, que no se inquiete la progresía feminista, que durante mucho tiempo nadie le quitará el derecho a derramar la sangre fetal. Nuestro “Gran Gallardo” (Gallardón para sus amigos) y su insigne jefe, al que cada día le crece más la nariz, están entretenidos, con la ayuda de uno que me recuerda a “Rub Al Kaba” (Montoro), en poner nuevos impuestos y estrujar cada día más a los ciudadanos de a pie, para mantener prebendas de clase y partido. Esas tonterías de proteger la vida del no nacido o reclamar una educación que no sea sectaria, ya se sabe que son cosas de la ultraderecha y la ministra “Mata” a lo suyo. Acabo o me mandan a estrenar la eutanasia.