Después del día después
Pasados los primeros momentos tras las elecciones generales del 20N, después de lágrimas de alegría y de tristeza, ya se sabe, la cosa va por barrios, vuelve la normalidad más absoluta. Quienes pensaron que el 21N el mundo sería diferente, habrán comprobado que todo sigue igual, las amenazas financieras son las mismas y la incertidumbre sigue instalada entre nosotros.
Hay quienes han sacado más representantes que nadie. Han ganado, por tanto. Pero el análisis frío de los datos plantea la duda sobre si ha sido así, o han perdido otros. Porque cuando el partido del Gobierno pierde 4 millones de votantes, un 30% de los logrados en 2008, lo que se ha producido es la sentencia ciudadana sobre un fracaso clamoroso. Un fracaso definido por cuatro expectativas truncadas. La primera, la imparable y dramática ascensión del desempleo, que muestra ya claros signos de exclusión social. Se lo ilustraré con un ejemplo real y muy reciente, al tener conocimiento directo de la situación de una familia con dos hijos, residentes en el medio rural que, al presentarse un nuevo embarazo, han salido del pueblo temporalmente para ocultar la gestación y, tras el parto, han entregado al niño en adopción por no poder mantenerlo. Imposible encontrar mayor impacto social. La segunda, el fracaso de eso que se llamó Republicanismo, que alimentaba las ideas de los dirigentes de entonces, que pretendía abrir nuevos cauces de participación de la sociedad, pero que ha terminado con el movimiento de los “indignados”, con un enorme rechazo hacia la función pública y política, alcanzando ya a instituciones que hasta ahora habían permanecido entre las más valoradas. La tercera, la insuficiencia en el alcance real de la ley que regula la atención a las personas en situación de dependencia, que ha quedado lejos de las expectativas en cuanto a cobertura de prestaciones y en generación de nuevos empleos, muchos menos de los esperados y en condiciones precarias, que se ha movido en el terreno de la confusión administrativa y presupuestaria entre la Administración Central y las Administraciones Territoriales. La cuarta, el avance nulo, algunos hablan de retroceso, en la idea de la separación entre el Estado y la Iglesia, un asunto que tiene más influencia de lo que parece en la vida diaria, especialmente en algunos ámbitos, como las Instituciones o la educación. El resultado electoral no muestra que hayan cambiado las expectativas de los ciudadanos, al contrario, muestra su permanencia en el ánimo de la sociedad y el rechazo a la incompetencia gubernamental en esos temas. Conviene que el nuevo Gobierno no olvide estas expectativas. Mientras tanto, y antes del nuevo periodo de las chacinas, será mejor darse un paseo por la Ruta de La Tapa.
Enrique González Fernández es médico y diplomado en Gestión de Áreas Hospitalarias