Demasiados apellidos

Ocho apellidos catalanes.

No lleva ni dos semanas en cartel y está "rompiendo" la taquilla. En una "industria" en la que, hasta ahora, los "milagros" rodados en castellano tenían el apellido de un policía xenófobo, machista y caradura apellidado Torrente, en su Misión en Marbella (Santiago Segura, 2001), Ocho apellidos catalanes ya lleva recaudados 16 millones de euros y es la película más taquillera de 2015. Para Emilio Martínez-Lázaro y compañía, vuelven a sonar las campanas del éxito, pero la segunda parte de Ocho apellidos vascos adolece del desparpajo que hizo única a su predecesora. Le falta chispa y le sobra previsibilidad. Es el mismo cuento, la misma cadena de estereotipos, frivolidad y excesos que la anterior, pero hay una enorme diferencia respecto al año pasado: la historia resulta manida. Antigua. Todo está tan milimetrado, los personajes tan encasillados y la trama tan terriblemente forzada para seguir haciendo caja que más que una comedia, Ocho apellidos catalanes es un chiste pesado.

02 dic 2015 / 16:10 H.

 

No provoca las carcajadas hilvanadas que encumbraron a su antecesora, porque es un fiasco con todas las letras y, además, mayúsculo. Sería faltar a la verdad negar que, como las meigas, "haberlas, haylas", pero las risas que genera son contenidas, contadas y resulta muy fácil dejarse absorber por la butaca y, en un momento de cansancio, cerrar los ojos y echar un sueñecito. El viaje, si no astral, seguro que, al menos, es más interesante y enriquecedor.

La estructura del guion, que, como en la anterior cinta firman Borja Cobeaga y Diego San José, es el colmo de la vagancia. Es un calco sin escrúpulos, ni respeto por el espectador de Ocho apellidos vascos, y carece, además, de todo atisbo de originalidad. La música de Roque Baños pasa desapercibida entre tanto ruido. Y, en cuanto al reparto, la planicie interpretativa es tan manchega y tan extensa, pero sin rastro alguno de esos viñedos cuyo caldo hubiera invitado a la desinhibición del personal y a la hilaridad del público, que la actuación de Karra Elejalde es una auténtica gozada. Una sacudida entre tanta insustancialidad.

El personaje de Rosa María Sardà es soso como un huevo sin sal; Clara Lago solo supo lo que es la gracia cuando persiguió al asesino de Bambi en la cinta de 2013 de Santi Amodeo y el romanticismo de Carmen Machi duele tanto como un golpe bajo. Dani Rovira se dejó atrás la naturalidad y la frescura que fueron sus mejores armas en Ocho apellidos vascos y el personaje del fiel escudero de Buenafuente, Berto Romero, solo puede ser redondo porque no hace otra cosa que interpretarse a sí mismo.

Ocho apellidos catalanes dura 99 minutos, una rareza en los tiempos que corren, en los que la tendencia es a las dos horas largas de metraje, pero son demasiados. Se hace excesiva, cansina, pesada. Pero si, después de esto, aún no se lo cree y quiere comprobarlo, eche un Almax en la cartera. No es traidor el que avisa.

 

Ficha técnica y artística:

España. 2015. Director: Emilio Martínez-Lázaro. Intérpretes: Dani Rovira, Clara Lago, Karra Elejalde, Carmen Machi, Berto Romero, Belén Cuesta, Rosa María Sardà, Alfonso Sánchez, Alberto López, Agustín Jiménez. Producción: Telecinco Cinema. Guión: Borja Cobeaga y Diego San José. Música: Roque Baños. Género: Comedia romántica. Duración: 99 minutos.