Decadencia y caída

Salvador Díaz desde Jódar. Hemos cometido un error garrafal al confundir corrupción con política y a la vez, confundir política con altruismo. Ni lo uno ni lo otro son ni deben ser el ejercicio real de la política. 

 

    01 ago 2013 / 15:30 H.

     

    Es lógico y además de obligado cumplimiento legal y moral que un político no se debe corromper, pero igualmente lógico es comprender que la política no puede ser altruista porque al ser un servicio a la ciudadanía que consume nuestro tiempo, no puede estar sin remunerar como pretende la señora Cospedal. Eso fomentaría la corrupción y la circulación de más sobres de los que ya ha habido. Por lo tanto, altruismo y corrupción son dos polos opuestos, y en medio está la verdadera esencia de la política que consiste en trabajar por el bien de la sociedad y de lo público de manera realista y no utópica. La “cultura política” de este país ha ido en detrimento desde que comenzó la sequía moral y ética de la que beben nuestros actuales dirigentes. Nos ha llevado al agotamiento y a la muerte social de la ciudadanía, a la no implicación derivada de la poca credibilidad que la clase política puede tener. Los rasgos comunes de la democracia son la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y unos poderes del Estado bien definidos y separados. Con estas características todo es posible, pero no parece que se luche por conseguirlo. La falta de igualdad ante la ley cae por su propio peso, ya que cada vez es más frecuente ver a ciudadanos con medios económicos y políticos irse de rositas, y al resto del pueblo, de clase media/baja, obrero y humilde, se les juzga con una irracional dureza. Robar una cantidad insignificante para comprar pañales para un hijo es un delito de cárcel, robar miles de millones de euros a los españoles o a los andaluces, a través de partidos, fundaciones y organismos públicos son motivo de discusiones entre partidos que al final queda en nada. Por otro lado, vemos como la igualdad de oportunidades queda solo en el papel, con una ley de educación clasista y elitista que favorece al rico, con una sanidad desigual en todo el territorio español, copagos, repagos, reducción de derechos sociales y en el acceso a prestaciones por desempleo, de emancipación, de dependencia y demás logros sociales democráticamente conseguidos. Por último, pero no por ello menos importante, no hay división de poderes del Estado. El poder legislativo elige al ejecutivo, entre ambos eligen al judicial, el presidente del Tribunal Constitucional es militante del partido que gobierna actualmente, la fiscalía general presiona cuando al ejecutivo le conviene, el legislativo impide que el ejecutivo comparezca, en fin, un entramado que pone de manifiesto la no separación de poderes. La decadencia y caída de este caduco sistema político, para este tipo de Estado construido con parches jurídicos que pretendían dar paso a una necesaria transición, ha derrumbado los valores sociales intrínsecos del ser humano de la mano de unos partidos políticos cada vez más jerarquizados y carentes de participación democrática interna. Las reformas necesarias deben ser inminentes. Dicho esto y viendo como se nos toma el pelo una y otra vez, sería tomar el camino equivocado alejarse de la participación y la involucración política convirtiendo a ésta en el problema y no en la solución. La política surge del razonamiento individual y el convencimiento colectivo desde un punto de vista humanista que ve al ser humano como un ser social y por ende, no se puede autoexcluir de la participación y la solución necesaria de la miseria global que nos afecta. Debemos despertar, reaccionar y actuar. Después de la caída sólo queda levantarnos y continuar.