Debajo de la gabardina

Una vez escribí un cuento sobre un hombre invisible que tenía un vicio inconfesable: Era un exhibicionista. Le gustaba enseñar lo que no podía verse, recrearse en la falta, mostrar el vacío con una impudicia vesánica. Aquella historia es un ejemplo sencillo de algo mucho más serio: Llevamos tiempo comportándonos como ese hombre invisible, haciendo lo mismo, es decir, mostrando la ausencia con descaro. Es cierto que crece y crece un culto de las apariencias y un exhibicionismo malsano a través de las redes sociales.

    18 dic 2013 / 08:40 H.

    La gente ha perdido el pudor, no hay reparo en enseñar las emociones más intimas, la alegría, el dolor, la pasión o el engaño, con la ligereza de un click. La banalización de la literatura, de la política, del periodismo, del arte o del amor encuentra un poderoso escaparate en internet donde todo parece posible y al cabo todo resulta irreal, o al revés, ya no estoy seguro. A estas alturas todo es viable, se presentan libros donde lo único interesante es la portada, se abren, se leen y no hay nada dentro, películas con una campaña promocional impresionante que no responden ni de lejos a las expectativas y canciones que no aguantan dos segundos en el reproductor. Lo peor de todo es que esa nadería florece ante nuestros ojos con una apariencia de destello y de necesidad. Y se expone y se sube y se cuelga y si no conseguimos veinte, treinta o cincuenta “me gusta” no somos nadie. Algunos nos consolamos pensando que el arte verdadero es inmortal y que sirve para darnos cuenta de que tenemos que morirnos, pero actualmente la inmensa mayoría de la gente cree justo lo contrario. Hay un consumo de productos culturales que no tienen nada que ver con los valores profundos e imprescindibles que la cultura nos ofrece para comprender, para cuestionar, para modificar, para crear o para modelar la personalidad intelectual de cada individuo. Estamos confrontados al relativismo de los valores, al descrédito y al debilitamiento del pensamiento y al desprestigio de las Humanidades. Hemos acabado sometiendo la capacidad que tiene la cultura de interpelar la condición humana al peaje del utilitarismo más inmediato y a la merma del prestigio social del esfuerzo continuado en la búsqueda de la excelencia. Probablemente, en estas pérdidas, en este balancearse en la facilidad, radica una de las razones de la verdadera crisis que padecemos: la falta de esperanza en el futuro. Nada debajo de la gabardina.

    Luis Foronda es funcionario