De teatros y públicos
A veces ocurre que una ciudad posee un excelente teatro pero cuenta con un ruinoso público, con goteras, lleno de grietas y con escasos cimientos. Y otras veces puede darse el caso contrario, que una población posea un espectacular público, de grandes dimensiones, sólidos pilares y brillante arquitectura y sin embargo no exista un teatro capaz de albergarlo.
Cuando ambos factores convergen: edificio teatral y sólido público actuando en armonía, se produce una maravillosa alquimia capaz de aportar riquezas estéticas e intelectuales a una comunidad. Pero un público sólido no surge por generación espontánea. Es necesario dotarlo de profundos cimientos que le aporten cierta solidez de criterios, variadas y ventiladas salas que confieran al conjunto una amplitud de perspectivas, y un atractivo y confortable acabado que permita una agradable estancia. Un público igual que un teatro no surge de la nada, es necesario un trabajo prolongado a lo largo del tiempo, que no se limite a acumular ladrillos aquí y allá. Pero a menudo los que hemos pasado buena parte de nuestra vida edificando pequeños pero sólidos públicos, estamos expuestos a que no se reconozca nuestra autoría y que parezca que aquel coqueto edificio surgió espontáneamente. Un público no tiene puertas, es fácilmente accesible, y por su naturaleza abierta está expuesto a pillajes y destrozos. Cainita arte de estas tierras empeñado en levantar arquitecturas sobre las arrasadas ruinas de culturas precedentes. Y es una pena porque se trata de frágiles construcciones, levantadas con una extraña mezcla de paciencia y tozudez. Ocurre, que un público se erosiona fácilmente, por el viento, por el tiempo, por el tedio, porque está realizado con el más sutil y delicado material, el que se destila de las miradas y los sueños, un fino polvo similar a la arena, extraída de aplausos, de sonrisas, de emociones, que acumuladas en grandes cantidades pueden levantar asombrosas catedrales efímeras, o también pabellones refugio para los que se cuestionan frente a un escenario las verdades y los dogmas de este fugaz teatro del mundo.
Tomás Afán es dramaturgo