De sexo y de artes
Hoy he visto a la poesía, de refilón por la calle, la pobre estaba desorientada, son cosas de los tiempos actuales, que le obligan a llevar una doble vida. Poca gente lo sabe, pero la poesía está aprendiendo “streaptease” en un tugurio de las afueras, la pobre quiere ponerse al día.
Unos mensajes de “WhatsApp” que desnudan, en antros virtuales, su sexy sintaxis sin el menor pudor, son sus desinhibidos maestros. A la pobre poesía, al principio le costaba un mundo quitarse las haches y dejar las vergüenzas al aire, o desnudarse de acentos y esdrujuleces, pero en un giro de desinhibición, tras varias sesiones, ya consiente en mezclar en orgía aleatoria sus “bes” y sus “uves”, sus “jotas” y sus “ges”, hasta que ebria de confusión semántica, contoneando salvajemente las letras de sus caderas, y arrebatada hasta el paroxismo, pierde el ritmo y el sentido, en un tórrido coma estético-ético-etílico.
Al amanecer, la pobre no recuerda nada, vuelve al aula, engalanada con su endecasílaba pureza, como si nada hubiera pasado, pero a medida que transcurren las horas, seducida por el reverso tecnológico-etimológico, la poesía magnetizada, vuelve a sus lúbricas asimetrías en aquel obsceno garito de las afueras, en el que a veces se cruza con el teatro, que en el aula contigua recibe, esforzado, un cursillo acelerado de Kamasutra.
El pobre arte escénico, que anda económicamente acongojado (en parte, por estar obligado a tributar al fisco el 21 por ciento de sus exiguas recaudaciones), al enterarse de que las revistas porno tributan con el tipo de IVA reducido del 4 por ciento, ha puesto todo su arte y su ingenio en aprender e interiorizar los entresijos de la exhibición pública de quehaceres sexuales, y en lugar de con máscaras y decorados, trajina el esforzado teatro ahora con instrumentos eróticos de todo tipo, y sus otrora ricos textos teatrales, paradigma del humano conflicto, se han visto reducidos a sucesión babeante de suspiros y gemidos. Todo es poco para tratar de conmover, con sus nuevas habilidades voluptuosas, a la Hacienda pública española. Tiempos nuevos, tiempos salvajes para la lírica y las artes escénicas.
Unos mensajes de “WhatsApp” que desnudan, en antros virtuales, su sexy sintaxis sin el menor pudor, son sus desinhibidos maestros. A la pobre poesía, al principio le costaba un mundo quitarse las haches y dejar las vergüenzas al aire, o desnudarse de acentos y esdrujuleces, pero en un giro de desinhibición, tras varias sesiones, ya consiente en mezclar en orgía aleatoria sus “bes” y sus “uves”, sus “jotas” y sus “ges”, hasta que ebria de confusión semántica, contoneando salvajemente las letras de sus caderas, y arrebatada hasta el paroxismo, pierde el ritmo y el sentido, en un tórrido coma estético-ético-etílico.
Al amanecer, la pobre no recuerda nada, vuelve al aula, engalanada con su endecasílaba pureza, como si nada hubiera pasado, pero a medida que transcurren las horas, seducida por el reverso tecnológico-etimológico, la poesía magnetizada, vuelve a sus lúbricas asimetrías en aquel obsceno garito de las afueras, en el que a veces se cruza con el teatro, que en el aula contigua recibe, esforzado, un cursillo acelerado de Kamasutra.
El pobre arte escénico, que anda económicamente acongojado (en parte, por estar obligado a tributar al fisco el 21 por ciento de sus exiguas recaudaciones), al enterarse de que las revistas porno tributan con el tipo de IVA reducido del 4 por ciento, ha puesto todo su arte y su ingenio en aprender e interiorizar los entresijos de la exhibición pública de quehaceres sexuales, y en lugar de con máscaras y decorados, trajina el esforzado teatro ahora con instrumentos eróticos de todo tipo, y sus otrora ricos textos teatrales, paradigma del humano conflicto, se han visto reducidos a sucesión babeante de suspiros y gemidos. Todo es poco para tratar de conmover, con sus nuevas habilidades voluptuosas, a la Hacienda pública española. Tiempos nuevos, tiempos salvajes para la lírica y las artes escénicas.