De órdagos y cementerios

Al hilo de lo que estoy viendo y leyendo sobre el órdago nacionalista catalán —no soberanista, qué es eso, esto es puro nacionalismo, el de siempre— no paran de retornar a mi mente las impresiones de este verano. Las imágenes que me he traído de Bosnia Herzegovina. Las más hermosas: Sarajevo, la llamada a la oración desde mil mezquitas, la belleza de sus hombres y mujeres, los mil tipos de café, el poder encender un cigarrillo después de una comida. Ah!. También he visto otras cosas, vaya si he visto.

    12 oct 2012 / 15:21 H.

    Casas hundidas, destrozadas, casas cosidas a balazos, casa quemadas, maltrechos esqueletos de lo que alguna vez fueron casas. He visto cementerios. Todos los cementerios. Grandes y pequeños. En una ladera, junto a un prado, en un parque. Están por todas partes. Musulmanes, la mayoría; ortodoxos, menos, y alguno católico. Incluso he visto tumbas dentro del cercado de las casas. Los vivos han querido tener cerca a sus muertos queridos. Pero sin mezclarse desde luego. Los cementerios, la muerte, al igual que pasó en la vida, están separados. Aquí unos muertos, los nuestros, allí los otros. De aquella guerra apenas guardamos un recuerdo confuso. Un puente que voló, eso es el puente de Mostar. Oye ¿no fue allí donde estuvieron los cascos azules españoles? Una hoguera de odios en el corazón de esta aséptica y displicente Europa. Da igual el chivo expiatorio, inmigrantes, negros, judíos, siempre son ellos, los otros, los no nosotros. ¿Qué insinúas Manuela? ¿Te has vuelto loca? No insinúo nada y sí, tal vez me estoy volviendo loca.

    Periodista
    Manuela Espigares