De la Historia como ironía
Barack Obama una vez escribió de él que era uno de sus filósofos favoritos. Reinhold Niebuhr fue un prolífico ensayista, teólogo, profesor, pacifista contrario a la guerra de Vietnam, sólido anticomunista y pastor religioso, que escribió unos excepcionales libros sobre la dimensión moral de la política exterior norteamericana en la Guerra Fría. En uno de sus mejores obras, Theirony of American History, advirtió sobre la vana tentación de una nación de dirigir la Historia.
A su juicio, la emergencia del imperio americano unida a la singular convicción de sus primeros colonos de estar llamados por Dios a una misión política, ha representado, durante décadas, un tinte mesiánico que para Niebuhr justifica que esa nación “se comporte como una nación adolescente”. Niebuhr sugiere que esa veneración americana por la libertad y su extensión global conllevaba el riesgo de otra forma de idolatría que podía provocar más desmanes que aciertos. En unos de sus párrafos más apasionados, escribió que ninguna sociedad, ni siquiera una democrática, es lo suficientemente buena y grande como para que procure el culmen de la existencia humana. Es extraño que esta corriente de pensamiento, de la que Obama se confiesa seguidor, tenga tan escaso eco en estos tiempos revueltos, en los que todo se ha puesto patas arriba en poquísimo tiempo, desmintiendo sesudos análisis, prospectivas e ideologías. En meses han acontecido hechos inimaginables, que justifican la necesidad de lo que Niebuhr llama “ese método de encontrar soluciones próximas a problemas insolubles, despreciando el halo de santidad moral” que inunda abusivamente discursos, políticas y leyes. Jalear tranquilamente el derribo de una economía de la zona euro, los intolerables cierres de fronteras dentro de Schengen, insolidaridades internacionales más o menos justificables, o los auges xenófobos nacionalistas, son síntomas de un problema grave que urge resolver. Un empobrecimiento moral e intelectual de sociedades tan avanzadas como las europeas, que se niegan a sí mismas al ensimismarse con fundamentalismos chocantes y contradictorios con la vitalidad y naturaleza de los formidables acontecimientos, inesperados, que están ocurriendo en el mundo que nos rodea desde hace algunos años y más recientemente. Reinbuhr escribió que “nuestra cultura es esquizofrénica sobre el poder, algunas veces pretende que una sociedad liberales una armonía de intereses puramente racional; otras veces cree que se alcanza una tolerable forma de justicia con un cuidadoso equilibrio de poderes y fuerzas de la sociedad, aunque sea sin contar con una conciencia filosófica que justifique esas políticas del arte de gobernar. A veces, todo ello converge además en una curiosa combinación de cinismo e idealismo”. Miramos pasmados los cambios y la colosal magnitud de los problemas, mientras engorda la íntima sospecha de que esto no acaba de funcionar. Un momento perfecto para entender la Historia como una pesada y escurridiza ironía.
Gonzalo Suárez es abogado