De hambres y cumbres

La Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible, en septiembre de 2002 en Johannesburgo, auspiciada por las Naciones Unidas (NNUU), continuación de la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro en 1992, la Cumbre del Milenio de las NNUU en Nueva York el año 2000,

    07 dic 2011 / 10:47 H.

    los compromisos de los estados miembros de eliminar la pobreza de forma más realista que las cuestiones planteadas 20 años antes, en la Conferencia sobre Medio Ambiente Humano de Estocolmo. Las  reuniones multilaterales, de las NNUU, de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Banco Mundial (BM), incidieron en el hecho de que, a pesar de las buenas intenciones de la Cumbre de Río, su planteamiento carecía de elementos viables. En concreto, la Declaración del Milenio de las NNUU (septiembre de 2000) así como la Agenda 21 (1992) expresan de forma explícita la necesidad de reconducir o reformular o recetar o reexponer los principios que guiaron la Cumbre de la Tierra en 1992. El proceso preparatorio de la Cumbre de Johannesburgo fue preparado por la Conferencia Ministerial de Doha (noviembre de 2001) y la Conferencia Internacional sobre Financiamiento al Desarrollo de Monterrey (marzo de 2002) con sus objetivos de desarrollo correspondientes. 189 jefes de estado se obligaron en el 2000 a cumplir los Objetivos del Milenio en ocho puntos que prometen y comprometen otra vez a tomar nuevas medidas y aunar nuevos esfuerzos para cortar por la mitad la vieja hambre maloliente y la pobreza vieja de este infierno llamado mundo.
    La Red para la Justicia de Tasación estima que, cada año, se desvían a paraísos fiscales, desde todos los países del mundo, unos 255 billones de dólares, una cantidad superior a la que se necesita para reducir la pobreza mundial a la mitad. En el año 2000, la cifra de personas subnutridas era de 836 millones. Doce años después es de 800 millones. Parece que el reto está lejos de cumplirse. Las campañas de Unicef pidiendo la colaboración de los ciudadanos de zonas europeas en vías de pobreza no suena sólo a ironía, sino que parece una tapadera a la connivencia de los gobiernos con las grandes empresas a las que los paraísos fiscales brindan los medios para eludir sus obligaciones impositivas. Mediante el secreto bancario y los fideicomisos offshore se posibilita el blanqueo de dinero procedente de la corrupción política y la venta ilegal de armas, entre otros delitos, destrozando así las bases del sustento de los habitantes de países pobres y creando infiernos de hambruna y enfermedad, que tanta rentabilidad moral reportan a famosos, televisiones y organizaciones humanitarias internacionales.
    Guillermo Fernández Rojano es escritor